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Morpheus ©

29 Maggio 1985: per non dimenticare

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1985-2015 • Capítulo 1: 30 años de una tragedia

La final que nunca se debió jugar

El 29 de mayo 1985 en Heysel perdieron la vida 39 aficionados tras un vandálico

ataque de los ‘hooligans’ a los ‘tifosi’ en uno de los fondos del estadio

Las autoridades, la Policía, la UEFA y los clubes decidieron que se jugara la final

“Mamma, io sono vivo”, llamada de un superviviente desde el teléfono de MARCA

por ENRIQUE ORTEGO (MARCA 26-05-2015)

Inglaterra, desde finales de los 70, dominaba el fútbol europeo con solvencia. Sus equipos habían conquistado siete de las ocho finales anteriores y el Liverpool, con sus cuatro Copas de Europa, llegaba como gran favorito. Buscaba la quinta que le acercara al Real Madrid de los seis títulos.

A la Juventus era la única gran competición que le faltaba. Había perdido dos finales contra el Ajax (1973) y el Hamburgo (1983), pero con cuatro campeones del mundo de la Italia del 82 (Scirea, Cabrini, Tardelli y Paolo Rossi), más sus grandes estrellas extranjeras, Platini y Boniek, y Giovanni Trapattoni en el banquillo, estaba convencida de que había llegado el momento de levantar por fin la orejona.

Veintinueve de mayo, 1985. Bruselas acogía por cuarta vez la final de la competición por excelencia. La última, en 1974, todavía está grabada en la mente de los aficionados del Atlético de Madrid. Nunca olvidarán el gol de Schwarzenbeck en el último suspiro, que les privó del éxtasis de ser campeones.

Antecedentes peligrosos

No era mi primera final de la Copa de Europa en directo, pero sí mi estreno como enviado especial de MARCA. Junto con otros compañeros llegamos a la capital belga la tarde anterior y por las calles ya había ambiente de gran final. Más tifosi que supporters. Un periodista italiano nos puso en antecedentes.

“Puede ser un partido caliente en el campo y en las gradas. El Liverpool ganó el año pasado la final en Roma y hubo una batalla campal por las calles con los aficionados romanistas. Además, Liverpool y Juventus tenían que enfrentarse en la Supercopa, como campeones de Europa y de la Recopa, y sólo se jugó el partido de ida en Turín (2-0). Extrañamente, nunca se encontraron fechas para jugar la vuelta en Anfield”.

Con esa enseñanza nos fuimos a la cama. El miércoles amaneció caluroso. Bochorno. Las horas previas al partido fueron tensas por las calles de la capital. Carreras, peleas, incidentes. Demasiada agresividad acumulada.

Los medios de comunicación locales pedían a los aficionados de ambos equipos que acudieran pronto a Heysel, un estadio vetusto donde los hubiera. Se pensaba revisar entrada por entrada con una moderna y novedosa máquina de rayos ultravioletas. La semana anterior la Policía belga había descubierto una imprenta que había falsificado miles de localidades y algunas ya habían sido vendidas, por lo que era seguro que habría billetes falsos.

Aficiones separadas por una ridícula alambrada

La UEFA, por su parte, decidió reducir la capacidad (60.000) para una mayor comodidad y en prevención de que las aficiones se pudieran mezclar en las gradas, precisamente lo que sucedió en ese fondo maldito donde se produjeron los incidentes que acabaron en tragedia.

Como los periodistas tenemos la sana costumbre de llegar a este tipo de finales con tres horas de antelación, fui testigo directo de todo cuando sucedió desde el principio en esa zona ‘Z’, que en teoría debía ser ocupada por aficionados locales, pues esas localidades se habían vendido en Bélgica.

La realidad fue que las entradas fueron a parar a aficionados de ambos equipos, mayoritariamente italianos, bien porque las adquirieron personalmente, o por medio de familiares o amigos residentes en Bruselas, o se las agenciaron en la reventa. Eran las 19,20 de la tarde. Ese fondo de la izquierda, tomando como referencia la tribuna de prensa, estaba aún medio vacío. Una ridícula valla de alambre debía separar a los aficionados.

Escasa presencia policial en la grada de la batalla

Llamaba la atención los escasos efectivos de la Policía que protegían esa valla de separación. Después del partido nos enteramos de que los responsables de Seguridad habían dado órdenes de que la mayor parte de las fuerzas policiales se mantuvieron fuera del estadio hasta 10 minutos antes del comienzo (20.15) para evitar enfrentamientos en las puertas de acceso.

De repente, varios centenares de supporters se transformaron en hooligans. Lo que comenzó como un juego terminó con 39 víctimas y más de 500 heridos. Los vándalos, muchos de ellos cargaditos de pintas de cerveza, amenazaban con arremeter contra los italianos y retrocedían a sus posiciones. Parecía un juego. Los pocos efectivos de la Policia retrocedían. Todos los presentes observábamos los hechos. Todos, menos los responsables de Seguridad. No reaccionaron a tiempo.

Varios intentos de cargas hasta que consumaron su propósito: romper la alambrada de separación y saltar del sector ‘V’ al ‘Z’ para atacar directamente a los italianos. Parecía una estrategia de intimidación bien organizada. Una vez que superaron la valla y ante la impotencia policial, los aficionados reds se envalentonaron. Iban armados hasta los dientes. Palos, piedras, botes, y según pudimos saber después, navajas y pistolas.

Arrinconaron a los tifosi contra el muro que tenían detrás. No tenían dónde esconderse. Esa pared era una trampa mortal. Las verjas les impedían saltar hacia el terreno de juego, que era su única salida natural. Por arriba tampoco podían hacerlo. La altura desde el muro hasta el suelo era de más de 20 metros. No había escapatoria. Allí comenzó la masacre. Los cuerpos se amontonaban unos encima de otros. Montoneras humanas.

Desde la tribuna de Prensa los cuerpos se confundían con los bultos que llevaban los aficionados. Muchos de ellos, familias completas. Los más ágiles lograron saltar al césped después de derribar la valla que daba acceso al campo. La llegada, por fin, de refuerzos policiales, permitió ese acceso como única vía de salvación. Todo pasó en cuestión de 10-15 minutos. No más.

Aficionados italianos, desesperados, con las manos y los cuerpos manchados de sangre, llegaron como pudieron hasta la Tribuna de Prensa. Buscaban un teléfono para hablar con sus casas. No eran tiempos de móviles. Los teléfonos fijos de los enviados especiales eran su único recurso para comunicarse con el exterior. Fue en ese momento cuando escuché a un chaval de no más de 20 años gritar a su madre desde el teléfono de un colega italiano, que había amigos suyos caídos sin sentido o muertos.

Otro aficionado, Massimo, moreno, muy moreno, entre 25 y 30 años, intentaba sin suerte obtener línea en el teléfono de MARCA, mientras se limpiaba la camisa salpicada de sangre. “Llevaban pistolas de gas. Al principio nos tiraban cosas y por eso no corríamos, pero cuando vimos las pistolas nos asustamos y fue cuando acabamos estrujándonos unos a otros”, contaba.

Ambulancias, helicópteros, un estadio en estado de sitio

Fue en ese momento cuando comenzamos a darnos cuenta de la trascendencia de la tragedia. Nunca olvidaré su “mamma, mamma, sono vivo”. Todo lo demás pasó a toda velocidad. Se cortaron las líneas telefónicas. No podíamos hablar con nuestras redacciones. Las informaciones que nos llegaban eran imprecisas, pero ya se hablaba de decenas de muertos y centenares de heridos.

El caos era estremecedor. Heysel estaba tomado por los Cuerpos de Seguridad, Ejército incluido. Ambulancias sobre el terreno de juego; helicópteros sobrevolando a muy baja altura. La Policía y las autoridades locales convencieron a los dos equipos y a la UEFA para que el partido se jugara. “Razones de orden público”.

Hubo que desalojar el césped. Los equipos saltaron a realizar sus ejercicios de calentamiento. Los capitanes, Phil Neal, por parte del Liverpool, y Gaetano Scirea, de la Juventus, se dirigieron por megafonía a sus respectivas aficionados. El primero pidió calma y tranquilidad. El segundo, simplemente aconsejó: “No respondáis a las provocaciones”.

A las 21,37, con hora y media de retraso, el balón comenzó a rodar. Ya se hablaba de un mínimo de 30 muertos. Todo lo demás forma parte de la historia de un partido que nunca se debió disputar por mucho que fuera la final de la Copa de Europa. Ganó la Juventus gracias a un penalti que no fue, transformado por Michel Platini. Los jugadores bianconeri, sorprendentemente, acabaron celebrando el título y pasearon la Copa por el césped. Con el tiempo se arrepentirían de aquello, porque ellos eran los primeros que no querían jugar.

Fue un 29 de mayo de hace 30 años, pero será una pesadilla para toda la vida. La final de la muerte: 39 víctimas mortales. Treinta y dos italianos, cuatro belgas, dos franceses y un norilandés.

 

Duras sanciones y reformas en la seguridad

por ENRIQUE ORTEGO (MARCA 26-05-2015)

La tragedia de Heysel no sólo provocó el fin del dominio inglés en las competiciones europeas, sino también un cambio radical en todo lo relacionado con la seguridad en los estadios y en el intento de erradicar la violencia. La UEFA, sanción ratificada inmediatamente por la FIFA, castigó a los clubes ingleses con cinco años de inhabilitación en competiciones oficiales, prohibiéndoles asimismo disputar amistosos fuera de sus fronteras.

El Liverpool fue sancionado con 10 años, aunque después fueron reducidos a seis. La selección inglesa, sin embargo, no se vio afectada por el castigo.

La dureza de la sanción se debió a que la tragedia de Heysel no fue considerada como un hecho aislado, sino consecuencia directa de los muchos episodios violentos que los aficionados ingleses, los denominados ‘hooligans’, habían protagonizado ya en los últimos años en los estadios y en las ciudades, especialmente cuando se desplazaban en competiciones internacionales fuera de las Islas Británicas.

A raíz de estos acontecimientos en Heysel, la FIFA adoptó una serie de medidas para mejorar la seguridad en los estadios: todas las localidades pasarían a ser de asiento; eliminar las vallas o sustituirlas por vallas abatibles o provistas de salidas en casos de emergencia; establecer medidas para que las aficiones de los dos equipos estuvieran separadas por cordones de seguridad, de manera que no puedan coincidir ni antes ni durante ni después de los partidos; cacheos en las entradas de los estadios; prohibición de bebidas alcóholicas; instalación de cámaras de vigilancia...

Paralelamente, ante la denuncia presentada en primero instancia por la Asociación de familiares de las víctimas de Heysel, se celebró un juicio penal y la justicia belga, en 1989, condenó a 14 aficionados del Liverpool a tres años de prisión. Apenas cumplieron la mitad. El recurso de la defensa consiguió que el caso se contemplara como homicidio involuntario.

Posteriormente, en 1991, el Tribunal Supremo belga confirmó las sentencias contra el secretario de la UEFA, Hans Bangerter, el ex secretario de la Liga belga, Albert Roosens, y el propio organismo, condenados anteriormente por negligencia.

Ese fallo significó el punto final al largo proceso judicial de casi seis años y medio y desbloqueó las indemnizaciones (500 millones de francos belgas, 9 millones de euros en la actualidad), a pagar a los familiares de las 39 víctimas mortales. Albert Roosens y el capitán de la Policía de Bruselas, Mahieu, fueron condenados a penas de seis meses con sobreseimiento, y Hans Bangerter, a tres.

En el juicio se personaron 207 acusaciones particulares, 150 italianos, 15 belgas, 15 franceses, tres irlandeses y un indio.

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1985-2015 • Capítulo II (y último): Heysel, 30 años después

“También fue mi muerte

Michel Platini, autor del gol del triunfo de la Juventus en la final y hoy

presidente de la UEFA, reconoce que nunca olvidará lo sucedido en Heysel

“No duró 90 minutos, seguirá siempre en nuestras vidas”

“Jamás se debió jugar” (Molby y Lawrenson, del Liverpool)

por ENRIQUE ORTEGO (MARCA 27-05-2015)

El tiempo, el paso de los años, ha ido concediendo a la tragedia de Heysel su verdadera dimensión. Los protagonistas de los dos equipos que jugaron aquel partido, que nunca se debió disputar, se sienten más arrepentidos que culpables de haberlo hecho.

Siempre que pueden, intentan proclamar toda su buena voluntad y que lo hicieron obligados por las circunstancias, pensando que podía ser el mal menor. Así se les explicaba y solicitaba por parte de los representantes del Gobierno belga, la Policía y la propia UEFA.

Este arrepentimiento se nota y se siente en cada una de sus respuestas cuando, a lo largo de estos años, les han preguntado al respecto. Tienen ciertos remordimientos por haber jugado, e incluso más por haber celebrado, en el caso de los italianos, el triunfo final una vez recogida la Copa.

Platini nunca regresó a ese estadio

Uno de los jugadores que siempre se ha mostrado más sensible a la tragedia ha sido Michel Platini. Por su protagonismo aquella noche y la trascendencia que ha alcanzado su figura en el mundo del fútbol, al ser el mismísimo presidente de la UEFA.

Él transformó el penalti de la victoria y corrió a celebrarlo como si nada hubiera pasado. También al final del partido. Con el tiempo, por las obligaciones de su cargo, ha estado presente en la mayoría de los actos que se han celebrado en recuerdo de las víctimas.

“Todavía sigo convencido de que teníamos que jugar, si no los muertos hubieran sido mucho más numerosos. Tras la victoria, se apoderó de nosotros la amargura. El drama de Heysel fue horroroso y constituye el recuerdo más amargo de mi carrera”, afirma.

Desde entonces no ha vuelto a pisar aquel estadio, hoy modernizado y rebautizado desde 1995 con el nombre de Rey Balduino. Se lo prometió a sí mismo aquella noche,cuando, con la Copa de Europa en sus manos, abandonó aquellas vetustas instalaciones.

Michel Platini emitirá un comunicado oficial al cumplirse los treinta años de la tragedia, pero son numerosas sus sentidas declaraciones evocando aquellos momentos. Nunca le ha gustado hablar de ello. Es como un fantasma que le persigue. Una sombra de la que no se puede librar. “Aquella también fue mi muerte. Fue la muerte del fútbol y también la mía, la nuestra. Pero sirvió para una resurrección del fútbol. Cada vez que hablo de ello es una nueva muerte”.

Hace cinco años, al cumplirse 25, se emocionó en un homenaje. “El partido todavía se está disputando. Nunca ha terminado y así seguirá en nuestras vidas para siempre. No duró 90 minutos. Nadie podrá borrarlo jamás. Ni los espectadores ni los jugadores podremos olvidar nunca esa tragedia. Como presidente de la UEFA aseguro mi compromiso total para que un desastre como ese no se vuelva a producir jamás. La seguridad en los estadios es una de mis prioridades”.

Lawrenson compartió hospital con los heridos

Aquella misma noche de partido, cuando ya comenzaba a ser consciente de la magnitud de la tragedia, Platini comentó en los mismos vestuarios de Heysel: “Algo murió en mi interior”. Sus sentimientos son compartidos por sus compañeros de entonces y también por los rivales, aunque el denominador común es que prefieren recordar lo menos posible todo lo acontecido en Heysel.

Antonio Cabrini era el lateral izquierdo juventino: “Lo que pasa por mi memoria cuando recuerdo aquello es una sucesión de imágenes terribles, muy difíciles de olvidar pero prefiero guardarme algunas sensaciones y reflexiones para mí. Lo he hecho desde entonces. Cuando nos reunimos los jugadores que allí estuvimos no ocupa nuestras conversaciones, no es un recuerdo que esté siempre en nuestra cabeza”.

Curiosamente es la misma explicación que el jugador del Liverpool, Mark Lawrenson daba en la revista France Football hace 10 años, la primera vez que los dos clubes se volvieron a ver las caras.

“Los jugadores del Liverpool que estuvimos no hablamos jamás una palabra de lo que pasó cuando nos reencontramos. Todo está todavía muy vivo y es muy doloroso. Esos recuerdos me seguirán durante el resto de mi vida. No teníamos que haber jugado. No entiendo cómo se pudo celebrar algo tan inconsecuente como un partido de fútbol después de lo que había pasado. Nosotros no queríamos jugar.”

El irlandés confiesa que se sintió un tramposo por jugar. “No tenía ningún sentido. Tenía que haber sido la mejor tarde de nuestras vidas y fue la peor”.

La mala suerte quiso que durante el partido se lesionara un hombro y tuviera que ser sustituido en la segunda parte. Nada más terminar el partido fue ingresado en un hospital cercano al estadio para que le redujeran la lesión. Lo primero que vieron sus ojos al despertarse de la operación fue un policía con una metralleta. Y, en las camas de al lado, a aficionados de la Juventus. “Sentía vergüenza y culpa de todo lo que había pasado. No sabía qué decir. A día de hoy no he visto ni un segundo repetido de ese partido”.

Su compañero Molby, que no llegó a jugar, cumplía su primer año en el Liverpool: “Del partido como tal no recuerdo nada. Y los jugadores realmente comenzamos a comprender lo que había pasado cuando aterrizamos al día siguiente en el aeropuerto de Livepool. Alguna vez después hablamos del asunto, pero siempre queríamos pasar por encima”.

Boniek, a quien le hicieron el penalti que resultaría decisivo, también es rotundo. “Nunca he celebrado esa copa y creo que el presidente Boniperti tenía que habérsela devuelto a la UEFA. Ni el Liverpool ni nosotros queríamos jugar: nos obligaron. Nos dijeron que si se hubiese suspendido habría sido peor. Muchos de los aficionados de la Juventus no sabían lo que había pasado y quizás hubiera podido ser peor suspender”.

 

Confesiones de un hooligan arrepentido

“Yo no maté, pero provoqué el pánico”

Terry Wilson fue condenado a cinco años de cárcel por la Justicia belga

por ENRIQUE ORTEGO (MARCA 27-05-2015)

Veinte años después de la tragedia, en abril de 2005, Juventus y Liverpool se vuelven a enfrentar en cuartos de final de la Champions. En la mañana del partido de ida, en Anfield, uno de los hooligans presentes en Heysel, ahora totalmente rehabilitado para la sociedad civil, comparece en un colegio de la ciudad muy cerca del estadio ante una veintena de niños para explicar su versión de lo sucedido 20 años antes. Se llama Terry Wilson y en su presentación confiesa a su joven auditorio que estuvo cinco años condenado a prisión por su presencia en los incidentes. La primera pregunta no pudo ser más directa. “¿Tú mataste a alguien?”. La respuesta, sincera. “No directamente, pero pegué patadas y puñetazos que ayudaron a provocar el pánico, y por eso personas murieron pisoteadas”.

Wilson volvía de Italia, donde a iniciativa del periódico francés ‘L’Équipe’, había ido a pedir perdón a la familia de una víctima: Roberto Lorentini. Su padre, Otello, de 81 años, le dijo: “Yo te puedo perdonar en un mes o en un año, pero todavía no”. Y así se lo explicó a los niños.

 

“La caída del muro fue un rugido tremendo”

Giovanni Rossetti estuvo en la final con 19 años. Un

inglés le cortó con una botella, le dieron seis puntos

“En el césped, la policía nos golpeaba en lugar de ayudarnos”

“Nos pidieron que identificáramos cuerpos cubiertos con banderas”

por STEFANO ROSSO (MARCA 27-05-2015)

En un rincón de Reggio Emilia, una ciudad en el norte de Italia, existe un monumento en el que se recuerda la tragedia de Heysel. “Treinta y nueve columnas de hormigón, una reminiscencia de los muros del sector Z del estadio en Bruselas. Lo hizo un artista belga para el Mundial de Italia 90 y lo expusieron en Verona. Años más tarde fue comprado y donado al municipio de Reggio Emilia”.

Lo cuenta Rossano Garlassi, miembro del ‘Comité para no olvidar Heysel’: “Cada año, cerca del 29 de mayo [este año será el 2 de junio] organizamos una celebración para recordar la tragedia en la que participan numerosos familiares de las víctimas. Para ellos es un buen momento para recordar a sus queridos parientes”.

Giovanni Rossetti tenía entonces 19 años y fue al partido junto con tres amigos: “Recuerdo ese día perfectamente, aunque hayan pasado tres décadas. La policía nos había llevado al estadio con tres horas de antelación y habíamos pasado la tarde bebiendo y charlando con hinchas del Liverpool”.

Dos horas para entrar

A continuación, la situación cambió: “Había dos filas de redes para separar nuestro sector en la curva de los aficionados del Liverpool. Eran de esas de color verde que se utilizan para jardinería. Sólo había seis policías”. También le llamó la atención un detalle: “Para acceder a nuestro sector sólo había una entrada, una puerta muy estrecha a través de la que pasaba una persona. Así que para entrar tardamos casi dos horas”.

El resto es la crónica de la tragedia. De repente, los aficionados del Liverpool sacaron banderas y bufandas de la Juve y las quemaron. Y comenzó un lanzamiento de piedras y bengalas: “Una de las cartas bomba cayó cerca de nosotros, y otra terminó al lado del césped. Los aficionados ingleses irrumpieron a través de la primera red y comenzaron a doblar la segunda”.

“En un primer momento los policías trataron de alejarles pero huyeron cuando entraron en nuestra sector. Comenzaron a pegarnos. Todos comenzamos a desplazarnos hasta la puerta, demasiado estrecha para salir”, relata. Lo increíble era que los mismos hinchas que vinieron del otro sector, con barras de hierro, palos y mástiles, también cargaban contra sus propios compañeros del Liverpool. Ellos, supuestamente, querían escapar pero al venir hacia nosotros, creyendo que nos querían pegar, nos defendimos ante ellos”.

El plan parecía estudiado: “Llevaban camisetas blancas con las palabras: ‘buscamos venganza por el año pasado en Roma’. Se referían a la final del año anterior. “Heysel no era muy alto, y vimos a mucha gente tirarse por atrás para escapar. La pared era de unos 20 metros de altura y todos trataban de saltar sobre los chiringuitos que estaban allí, para amortiguar la caída”.

Al final, tuvieron la idea de huir hacia el otro lado, hacia el campo: “Cruzamos la zona de los enfrentamientos y me hirieron en un brazo con una botella de cerveza. Tuvieron que darme seis puntos. Logramos entrar en el terreno de juego. Allí estaba la policía, que nos pegaba en lugar de ayudarnos. Me agarraron por un brazo y un policía me rompió la muñeca. Un enfermero de la Cruz Roja me vio sangrando y me llevó a la enfermería”.

No vieron el partido

Mientras Giovanni recuerda y cuenta todos aquellos momentos, no puede retener algunas lágrimas. Antes de entrar en los vestuarios, oyeron una explosión: “Un tremendo rugido, pensamos que incluso habían comenzado a disparar. Pero no, era el muro, que se había derrumbado”. Una imagen cruenta, que se hizo más y más clara cuando el polvo bajó: “Vimos a muchas personas que se caían, una encima de la otra”.

Dos de sus amigos se dispersaron entre la multitud. “Fue uno de los momentos peores. Nos dijeron que había muertos y nos indicaron algunos cuerpos cubiertos con banderas, pidiéndonos reconocer si eran nuestros compañeros. Levanté una y vi una cara machacada y ensangrentada. Ya no quise tocar nada más. Por fortuna me encontré más tarde con mis amigos y volvimos a casa”. Al final, ni siquiera asistieron al partido.

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IL TIRRENO.it 23-05-2015

Heysel, la "staffetta della memoria" da nonno a nipote

Andrea Lorentini aveva tre anni quando il padre Roberto morì nello stadio belga. Il nonno

Otello fondò l'Associazione familiari delle vittime e la sua lotta portò alla sentenza che

punì l'Uefa e a stadi più sicuri. Ora il nipote rilancia la battaglia per la giustizia

AREZZO. Quando suo padre Roberto Lorentini perse la vita all'Heysel, Andrea aveva da poco compiuto tre anni. Di lui oggi non ha che pochi flash, ma in cuore serba tutta la determinazione  e la generosità di quel giovane medico aretino che non esitò a tornare indietro per salvare un bambino, a costo della sua vita. Per fondare, anzi rifondare l'Associazione familiari vittime dell'Heysel, Andrea è partito da lì e dalla forza di suo nonno Otello che allo stadio c'era e vide morire il suo unico figlio.

Attraverso l'Associazione, Andrea porta avanti il ricordo di quella tragedia "che non è avvenuta a caso" e lo fa nel rispetto della verità perché -  dice - "non c'è memoria senza verità".

Oggi Andrea Lorentini ha 33 anni, vive nella stessa casa di papà Roberto e nonno Otello, è sposato da poco con Elisa, ha una laurea in scienze della comunicazione e una professione, quella di giornalista, che lo ha spinto a seguire le orme del nonno.

"Otello è scomparso lo scorso gennaio a 91 anni. Quando perse suo figlio ne aveva 61 ed era andato in pensione da cinque mesi per occuparsi insieme a mia nonna di me e mio fratello Stefano, visto che mia madre Arianna era laureanda in medicina e aveva ovviamente bisogno di sostegno. Dal giorno della tragedia dell'Heysel - racconta Andrea Lorentini - non ha mai smesso di lottare, di cercare giustizia non solo per suo figlio ma per tutte le 39 vittime. Per affrontare il processo e costituirsi parte civile aveva bisogno però di trovare forza in un'associazione che fondò di lì a poco".

"Nei primi anni la sua fu una sorta di battaglia contro i mulini a vento, nessuno ascoltava, nessuno sentiva. Dopo la prima sentenza che assolse la Uefa, nonno Otello non si perse d'animo e si batté per il secondo grado di giudizio. Faceva tanti viaggi a Bruxelles insieme ad avvocati di Arezzo che lo seguivano e che tutelavano l'associazione attraverso il legale italobelga Daniel Vedovatto. Si deve alla sua forza - dice Andrea con orgoglio - se la storica sentenza del 1991, condannando l'Uefa, ha scritto una pagina che fa tutt'ora giurisprudenza e che obbliga la stessa Uefa a scegliere stadi e standard di sicurezza elevati dal momento che l'ha dichiarata colpevole per quanto accadde all'Heysel. Mio nonno ha dato sicuramente un grande contributo affinché la violenza negli stadi regredisse in alcuni casi fino a sparire totalmente".

Nel 1992 l'Associazione si estingue ma Otello Lorentini non si ferma e fonda il Comitato contro la violenza nello sport Lorentini Conti (il cognome di Giuseppina l'altra vittima aretina dell'Heysel): "E' frutto del lavoro di questo comitato l'amichevole nel 2005 tra le formazioni primavera di Juventus e Liverpool, in quella della Juve c'erano Marchisio e Giovinco destinati poi ad altre platee". Subito dopo l'attività si ferma e, a gennaio di quest'anno, quando Otello scompare, Andrea Lorentini decide di fondare l'Associazione vittime dell'Heysel.

"Con la morte di mio nonno non volevo che il ricordo scomparisse, ho fondato l'Associazione per difendere la memoria, portare avanti i suoi principi e promuovere iniziative per diffondere la cultura sportiva. Il 29 maggio saremo a Torino per la messa che condivideremo con la Juventus. Avevamo pensato anche ad un monologo che ricostruisse con esattezza i fatti ma non ci siamo trovati d'accordo con la società su un punto: per la Juventus l'importante è ricordare, per l'Associazione che rappresento è raccontare la verità, senza imbarazzi perché alla fine la Juventus è vittima essa stessa di negligenze e pecche di Uefa e organizzazione belga. Il disgelo con la società è avvenuto nel 2010 con Andrea Agnelli, con il quale mi sono incontrato più volte. Spero che il dialogo possa proseguire proprio sul desiderio di raccontare la verità che non condanna nessuno se non le coscienze degli uomini che quella sera, con le loro pesanti negligenze hanno, per contro condannato, a morte 39 persone".

 

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«Le vergogne della tragedia dell'Heysel»

Il ricordo. Il bergamasco Fiorenzo Peloso, che organizzò la trasferta della Juventus, elenca le follie di quei giorni

Dai poliziotti ai residenti, fino ai calciatori che non rinunciarono ai soldi: «Una somma incredibile di meschinità»

A trent'anni dalla tragedia dell'Heysel, pubblichiamo il ricordo di Fiorenzo Peloso, bergamasco che ora vive in Nuova Zelanda, testimone di quella giornata orribile

di FIORENZO PELOSO (L'ECO DI BERGAMO 25-05-2015)

In quella trasferta ero l’accompagnatore della squadra della Juventus, compresi dirigenti e giornalisti al seguito. Organizzai la trasferta: partimmo da Ginevra con un Caravelle dell’Air France, nel tragico giorno dopo assistetti alla peggiore rappresentazione di un’umanità disumanizzata intorno a uno sport che di sportivo non aveva più nulla.

A distanza di 30 anni non riesco a dimenticare la somma incredibile di meschinità di cui fui testimone e di cui ora racconterò alcuni dettagli.

I FERITI IGNORATI Uscendo dallo stadio sul pullman scortato dalla polizia nessun giocatore e dirigente della squadIra, nonostante la mia insistenza, volle fare una breve visita alle centinaia di feriti ricoverati negli ospedali di Bruxelles, si parlava di almeno 500.

LA BANCARELLA Il venditore di hot dog davanti all’ingresso della tribuna a fianco della curva Z era visibilmente infastidito che si stendessero davanti alla sua bancarella alcuni cadaveri, tutti color nero perché morti soffocati. Lui aveva pagato caro quella posizione e stava rimettendoci i soldi.

LE MANGANELLATE I poliziotti che manganellavano fanaticamente quei feriti che erano riusciti fortunosamente a scavalcare la rete del campo di calcio per fuggire al lancio di bottiglie di birra degli hooligans, perché nel campo di gioco si entrava solo con il pass autorizzato.

L’AMBULANZA l’autista di un’ambulanza bianca irritato perché insistevo a caricare una ragazza con una gamba spezzata che portavo in braccio, mi spiegava che lui era arrivato lì per ultimo e quindi dovevo rivolgermi all’altra ambulanza, lontana circa una 50 metri: era questione di rispetto della precedenza.

I RESIDENTI Quei 4 ignobili abitanti di Bruxelles che nelle vicinanze dello stadio si rifiutarono di aprirmi la porta per farmi fare una telefonata di emergenza all’Hotel Hilton affinché informassero l’organizzazione di Torino della gravità della situazione, gridarono da dietro la porta «*****e a les italiens».

L’UEFA I 4 responsabili dell’Uefa che davanti alla porta della tribuna d’onore mi impedirono fisicamente di salire le scale fino al primo piano dove c’erano i box dei cronisti, per avvisarli che fuori già si contavano almeno una dozzina di morti soffocati. Peraltro c’è da osservare che nessuno di loro si premurò di scendere fuori per constatare cosa stava accadendo.

LA SOSPENSIONE Fu una bugia colossale che la partita non poteva essere sospesa, il vero problema sarebbero stati i rimborsi dei biglietti e dei diritti televisivi. Fu deciso a tavolino che la finale non poteva essere vinta dal Liverpool. E così fu a imperitura vergogna.

PLATINI E poi la «perla» dell’indimenticabile frase dettami sottovoce da Platini all’aereoporto: «ne muoiono di più sulle strade, perché fare tanto casino».

LA GAFFE Infine nel volo di ritorno lo stewart di Air France disse due parole al microfono per congratularsi con i giocatori e tradusse malamente dal francese la frase «bravi voi che avete vinto», ma ne uscì con involontaria ironia «Bravi voi che ci avete guadagnato» (gagnez = vincere in francese), al che molti giornalisti a bordo applaudirono sarcasticamente, poiché nessun giocatore aveva manifestato l’intenzione di rinunciare ai 150 milioni del premio partita per destinarli ai familiari dei morti e dei feriti.

Un’esperienza che mi ha regalato un’indelebile ferita confermando la distanza siderale che esiste tra «quel» calcio professionistico e caino e lo sport autentico e leale. Chi può mi aiuti a convincermi che «l’ambiente» è cambiato.

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ANSA.it 26-05-2015

30 anni fa l'Heysel, quando la Coppa fu tragedia e dolore

Il 29 maggio 1985 39 tifosi della Juventus morirono prima della finale di Coppa Campioni col Liverpool

 

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Alla gioia e alla trepidazione del popolo bianconero per la finale di Berlino si mescola il ricordo più brutto e doloroso: la tragedia dell'Heysel con le sue 39 vittime innocenti di cui proprio in questi giorni ricorre il trentennale. Tifosi juventini - 32 erano italiani - andati a Bruxelles con la speranza di festeggiare la prima Coppa dei Campioni bianconera e che invece trovarono una morte orribile nel settore Z dello stadio, travolti dalla furia degli hooligans inglesi ubriachi, schiacciati contro le balaustre o precipitati dalle gradinate, poco prima che iniziasse la finale Juve-Liverpool. Morti, però, anche per l'inadeguatezza dell'Heysel e dei servizi di sicurezza ed ordine pubblico.

Un ricordo ancora oggi terribile per i parenti delle vittime, per i sopravvissuti, per chi aveva seguito le cariche degli hooligans, il caos e la disperazione dei tifosi che cercavano scampo dagli altri settori dell'Heysel o in tv. Una 'Coppa maledetta' che la Juve aveva inseguito per 30 anni, sfuggita già due volte, nel '73 a Belgrado, dieci anni dopo ad Atene. Un trofeo che oggi molti protagonisti dell'epoca non sentono come un trofeo conquistato, ricordando che in pratica furono obbligati a giocare. Ma ci sono anche tifosi juventini che, al contrario, la considerano un premio alla memoria delle 39 vittime, allineate nelle stanze dello stadio mentre sul campo si consumava la partita più surreale nella storia del calcio europeo, vinta dalla Juventus con un calcio di rigore segnato da Platini. Una partita giocata con un intero spicchio dell'Heysel, senza più tifosi, transennato davanti alle macerie ed alle cose perse dai tifosi nella calca.

"Non sapevamo cosa era davvero successo, avevamo avuto notizie di un morto, forse due, ma non potevamo immaginare una tragedia così grande", avrebbero detto poi i giocatori bianconeri.

I neo campioni d'Europa avevano festeggiato sotto la curva dell'Heysel subito dopo il 90', ma il giorno dopo, al rientro a Torino, quando le notizie sulle tragedia erano diventate ufficiali e chiare nella loro drammaticità, ogni traccia di gioia era scomparsa dai loro volti. Sergio Brio, scendendo sulla scaletta dell'aereo, stringeva la Coppa, ma senza esultare.

All'Heysel il club bianconero aveva consegnato al delegato Uefa Gunther Schneider la nota ufficiale spiegando perché aveva detto sì alla richiesta di giocare comunque: "La Juve accetta disciplinatamente, anche se con l'animo pieno di angoscia, la decisione dell'Uefa, comunicata al nostro presidente, di giocare la partita per motivi di ordine pubblico".

Il presidente di allora, Giampiero Boniperti, non ha mai voluto riparlare di quella finale così dolorosa. Neppure per l'attuale massimo dirigente bianconero, Andrea Agnelli, è facile tornare sull'argomento: "Ho sempre fatto fatica a sentire mia quella Coppa - ha detto in occasione del venticinquennale del'Heysel - anche se i giocatori mi hanno sempre detto che fu partita vera". E Marco Tardelli, in un'intervista alla Rai, qualche anno fa ha spiegato e chiesto scusa: "Era impossibile rifiutarsi di giocare, ma non dovevamo andare a festeggiare, l'abbiamo fatto e sinceramente chiedo scusa".

Le vittime dell'Heysel saranno ricordate a Bruxelles con una cerimonia pubblica e a Torino in una messa alla Chiesa della Gran Madre di Dio, alle 19,30. "La giornata del 29 maggio - sottolinea la società bianconera - sarà dedicata al ricordo da parte di tutti i tesserati Juventus. Per troppi anni quelle 39 vittime - rimarca sul sito ufficiale - sono state oggetto di scherno finalizzato unicamente ad attaccare i colori bianconeri: un'azione vile che non dovrebbe trovare cittadinanza in nessuno stadio ed in nessun dibattito sportivo. Questo anniversario dovrà essere utile anche alla riflessione per evitare che simili comportamenti si ripetano"

 

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Heysel Il calcio non fu più un gioco

Il ricordo Il 29 maggio di 30 anni fa la tragedia allo stadio di Bruxelles e i 39 morti di

Juventus-Liverpool. Da allora il pallone è cambiato ma chi c’era non potrà mai dimenticare

di ALBERTO CAPROTTI (AVVENIRE 26-05-2015)

Il primo ricordo è che faceva caldo. Quell’umido sospeso, che fa intuire che qualcosa debba accadere per forza. L’ultima consapevolezza invece, trent’anni dopo, è che quella tragedia immane e folle molto abbia cambiato. Chi c’era, non potrà mai dimenticare. Perchè la sera del 29 maggio 1985 il calcio ha smesso per sempre di essere un gioco.

La scintilla del massacro si accende alle 19. 07, più di un’ora prima della partita. Bruxelles sembra cupa e infastidita, quasi offesa nella sua ingiustificata supponenza per dover ospitare Juventus e Liverpool, la finale di Coppa Campioni. Lo stadio si chiama Heysel, e per fortuna oggi non c’è più: vecchio, crepato, senza posti numerati, privo di qualunque sistema di sicurezza. Lo scriveremo dopo, guardando un tappeto di morti.

E sarebbe stato meglio accorgersene prima. Chissà se segnalare il pericolo sarebbe servito almeno ad allertare le forze dell’ordine per arginare l’inumana aggressività degli hooligans inglesi che premevano dal loro settore, ebbri di alcol, verso il settore Z, una fettina di spalti che divideva dallo spicchio di stadio destinato agli juventini. Non era prevista nessuna presenza di tifo organizzato nel settore Z. Ma per vari canali, dai bagarini alle rivendite belghe e le agenzie viaggio che si erano procurate quei biglietti, in quel settore c’erano finiti in troppi, nemmeno tutti juventini e nessuno ultrà.

Eravamo lì per una partita di calcio. E il film che rimane di allora invece è solo quella processione dai sotterranei dello stadio: barellieri, infermieri, medici e poliziotti. Quello che è diventato poi un improvviso bollettino di guerra, quella sera - tardi, molto più tardi - parla di 39 morti, quasi tutti italiani, moltissimi con la cassa toracica schiacciata contro i muri di recinzione, altri con la gola aperta dalle punte metalliche che chiudono le transenne. Spinti e in fuga, dal terrore di vedersi arrivare addosso decine di inglesi ubriachi e indemoniati che stipati nel loro settore hanno cominciato ad ondeggiare paurosamente, cercando poi spazio vitale al di là delle transenne. Fragili come reti di zucchero cristallizzato.

Non un poliziotto presidiava quella ridicola barriera. Loro, a cavallo, con quegli stupidi caschi bianchi, stavano in campo, rivolti verso la morte che avanzava. Immobili, impettiti, decisi a fare nulla se non ad impedire che la gente si riversasse in campo. L’unica via di fuga cioè, l’unica salvezza che loro, idiotamente istruiti a questo, difendevano con i manganelli.

Quando di colpo la gente è cominciata a scappare sotto i colpi degli energumeni inglesi si è scatenato il panico. Scagliavano mattoni, bottiglie e colpivano con un’incoscienza bestiale. Gli italiani sono precipitati l’uno sull’altro travolgendosi a vicenda, cercando scampo. Quattro-cinque mila persone si sono accalcate contro il muro di recinzione laterale sbandando e precipitando dalle gradinate. Finchè il muretto cede, diventando una tomba per alcuni, e un varco di salvezza per altri.

Sono le 21.40 quando, incredibilmente, si decide che la partita inizia lo stesso. Difficile dimenticare la voce di Gaetano Scirea, capitano della Juventus, che sussurra nel microfono dell’altoparlante: «Giochiamo per consentire alle forze dell’ordine di organizzare l’evacuazione del terreno. State calmi, non rispondete alle provocazioni. Giochiamo per voi...».

In un clima irreale, vince la Juve 1-0 grazie ad un rigore inesistente. La verità è che nessuno sa come far uscire cinquantamila nemici dallo stesso luogo senza altri incidenti: la partita è solo un grottesco tentativo per prendere tempo. Forse inevitabile davvero, ma stonato comunque. «Quando al circo muore il trapezista, entrano i clown», disse Michel Platini un anno dopo. Allora sembrò una bestemmia, ma era qualcosa di assai più orribile e definitivo. Era la verità.

Due ore dopo nella curva del massacro invece sono rimasti soltanto i resti della tragedia e delle transenne usate come barelle. Documenti, sciarpe, bandiere, vestiti stracciati, scampoli di vita che non appartengono più a nessuno. E gente che piange, che si cerca, che non sa come avvisare casa di esserci ancora nonostante quelli che non ci sono più.

Il 26 giugno del 1990, cinque anni dopo, in un tribunale di Bruxelles, Otello Lorentini, presidente dell’associazione vittime dell’Heysel, padre di Roberto, morto a 31 anni nella curva Z perché si era fermato a soccorrere qualcuno che era a terra (e che per questo ebbe la medaglia d’argento al valor civile), conquistò la sua più grande vittoria. Non certo le ridicole sentenze penali: 10 mesi di carcere al massimo, e non per tutti i colpevoli, 2 miliardi di lire il risarcimento per le vittime (in gran parte arrivati da donazioni private). Ma quel giorno i giudici sentenziarono che l’Uefa non poteva declinare ogni responsabilità. Da allora gli stadi devono avere posti numerati, controlli rigorosi, uscite di sicurezza, separazioni vere tra le tifoserie, biglietti nominali, polizia sufficiente.

Il resto è ricordo, dolore. Tante storie, tante sofferenze. Uomini, donne e bambini: Andrea Casula, 11 anni e mezzo, la vittima più giovane. E i loro parenti costretti a convivere con un nome, Heysel, e con la stupidità degli uomini. Come i genitori di Giuseppina Conti, 17 anni, di Arezzo, che mesi dopo si videro recapitare da Bruxelles il conto dell’ambulanza.

 

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agi.it 26-05-2015

Heysel: 30 anni dopo, la denuncia

"agenti erano tutti in ferie"

 

Da 30 anni, il 29 maggio e' una data che fa male, una data che deve essere ricordata. Il 29 maggio 1985, 39 persone morirono allo stadio Heysel di Bruxelles, poco prima della finale di Coppa dei Campioni tra Juventus e Liverpool. Gli inglesi ubrachi, approfittando della mancanza di forze dell'ordine - in ferie dopo la visita del Papa in Belgio, e' la denuncia di chi quel giorno era li' - caricarono i supporters bianconeri che per difendersi si ammassarono contro il parapetto del settore ospiti. La barriera cedette e a decine precipitarono nel vuoto. Da allora molto si e' detto e scritto, spesso perdendo di vista l'unica cosa che conta: il mantenimento della memoria e della verita', nel rispetto delle vittime e dei loro famigliari. Emilio Targlia, giornalista testimone, nel libro 'Quella notte all'Heysel' (Sperlig & Kupfer, 178 pagine, 14,90 euro) ripercorre lucidamente la vicenda, raccontando quello che ha visto all'interno dello stadio, condividendo lo sgomento, l'incredulita' e la rabbia che seguirono.

 

D - Heysel continua a "vivere" con noi e, spesso, contro la pigrizia della nostra memoria. Qual e' la prima immagine che viene in mente riavvolgendo il nastro?

R - Un padre di famiglia. Un uomo che, preso da un attimo di follia, mi affida il figlio e tenta di raggiungere il settore Z che avevamo di fronte. E' stato un attimo, poi probabilmente si sara' reso conto che non avrebbe potuto essere d'aiuto in nessun modo, ed e' tornato indietro. Ma un'altra immagine che restera' indelebile nella memoria e' il mio ritorno allo stadio il giorno seguente. Ero andato per portare un mazzo di fiori e mi ritrovai a camminare tra sciarpe insanguinate, macerie e scarpe rimaste a terra.

D - Cosa ha scatenato il tutto?

R - Non fu una sola la causa. Piu' che altro fu una serie di eventi. Uno stadio obsoleto e fatiscente, un servizio d'ordine non all'altezza e migliaia di inglesi ubriachi pronti a "caricare" i tifosi italiani. Fu tutto sbagliato anche la vendita dei biglietti, troppi, e infine anche il mancato divieto di vendita di alcol.

D - Entrati allo stadio avevate avuto il sentore che potesse accadere qualcosa? Avevate capito la gravita' della situazione?

R - Eravamo a conoscenza delle "turbolenze" dei tifosi del Liverpool. Arrivando allo stadio avevamo incontrato inglesi ubriachi avevamo sentito parlare di risse, ma non pensavamo che la situazione potesse degenerare in questo modo. L'anno prima a Roma c'era stato l'incontro con il Liverpool, in uno stadio grande il doppio, non c'erano stati problemi e tutto era stato gestito bene. Come avremmo potuto immaginare che i belgi sarebbero potuti essere tanto disorganizzati? Qualche tempo dopo si venne a sapere che il Papa, Giovanni Paolo II, quindici giorni prima del mach era andato in visita a Bruxelles e per l'occasione erano stati impiegati i corpi d'elite specializzati nell'ordine pubblico. Il giorno dell'incontro erano tutti ferie.

D - E le forze dell'ordine presenti allo stadio, come intervennero?

R - I poliziotti sul campo erano davvero pochi, io ne contai 5 o 6. Mi dissero che molti erano impegnati fuori dallo stadio, nessuno si rese conto che il rischio e la situazione da tenere sotto controllo era all'interno. Appena inizio' lo spostamento di massa, qualche italiano riusci' a fuggire "invadendo" il campo, ma fu preso a manganellate. Il servizio di sicurezza non era stato nemmeno addestrato sui colori delle maglie delle due squadre, non riuscivano a riconoscere gli hooligans dai tifosi italiani.

D - Le autorita' calcistiche decisero comunque di far disputare la partita, e' stata una scelta giusta?

R - Assolutamente si'. Sarebbe stato un gesto folle non far disputare la gara. Sarebbero venute a contatto le curve e si sarebbe scatenato l'inferno.

D - Qual e' il modo migliore per non dimenticare i 39 morti?

R - Un buon esempio lo ha dato la curva della Juve nel corso dell'ultima partita contro il Napoli, issando uno striscione con i nomi dei 39 tifosi morti nella tragedia. Non bisognerebbe parlare solo di numeri, ma raccontare storie per far capire e non dimenticare. Mi piacerebbe che il Coni, la Uefa, la Lega insomma le autorita' calcistiche organizzassero un minuto di silenzio, anche in tutti gli stadi, domenica prossima per il trentennale.

 

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CHE COSA RESTA DELL’HEYSEL

Trent’anni fa la finale di Coppa Campioni in cui morirono 39 tifosi, quasi tutti

juventini. I silenzi, gli imbarazzi e la battaglia non solo legale dei sopravvissuti

A Bruxelles il 29 maggio 1985 morirono 39 persone, 32 italiani, 4 belgi, 2 francesi e un nordirlandese

Chi non sa cosa è successo quella sera parla a sproposito di modello inglese e Thatcher, e ignora le colpe dei britannici

Da trent’anni escono ricostruzioni più o meno fantasiose sulla tragedia. Mentre è tutto chiaro, basterebbe dirlo

C’è stata giustizia? L’Uefa fu condannata, e quel giudizio cambiò per sempre il calcio europeo, soprattutto nelle coppe

di FRANCESCO CAREMANI (IL FOGLIO 27-05-2015)

 

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Otello è morto l’anno scorso, di maggio come Roberto, il suo unico figlio deceduto nella strage dell’Heysel il 29 maggio 1985. Era un giovane e bravo medico di Arezzo, Roberto, tifoso della Juventus, era stato ad Atene nel 1983 (quando a sorpresa l’Amburgo vinse la coppa dalle grandi orecchie), a Basilea nel 1984 (quando contro il Porto i bianconeri conquistarono la Coppa delle Coppe) e a Bruxelles ci andò, come sempre, col padre e i due cugini, Andrea e Giovanni. Un viaggio che doveva essere una festa, la finale del secolo (come fu ribattezzata allora) contro il Liverpool che si trasformò nella tragedia del secolo e nella definitiva perdita dell’innocenza del calcio mondiale. Roberto era salvo, nonostante la calca e le cariche degli hooligan del Liverpool, ma si lanciò in mezzo all’inferno per tentare di salvare un connazionale (molto probabilmente Andrea Casula, 11 anni, la vittima più piccola) con la respirazione bocca a bocca, gesto che gli è stato fatale e che oggi una medaglia d’argento al valor civile appesa nel salotto di via Giordano Bruno 51 ricorda.

A Bruxelles, nel fatiscente stadio Heysel, il 29 maggio 1985 morirono 39 persone, 32 italiani, 4 belgi, 2 francesi e un nordirlandese. Uccisi dagli hooligan inglesi, ubriachi all’inverosimile (tanto che avevano messo a ferro e fuoco la Grand Place poche ore prima) e armatisi in un cantiere adiacente l’impianto che era in ristrutturazione, con la responsabilità dell’Uefa e delle autorità sportive e politiche belghe, che non si curarono di scegliere uno stadio sicuro e che organizzarono cialtronescamente l’ordine pubblico.

Senza dimenticare che il settore Z sarebbe dovuto essere completamente appannaggio del tifo neutrale accanto alla marea inglese, invece molti di quei biglietti furono venduti dai bagarini in Italia a prezzi maggiorati e per 39 angeli si rivelarono di sola andata. Angeli delle famiglie e delle comitive che entrarono in quello spicchio di stadio dopo una fila di quasi tre ore passando da una porta larga 80 centimetri, l’unica via di fuga che diventerà di fatto inaccessibile. Angeli impreparati all’improvviso lancio di oggetti contundenti, ai pochi (circa sei) poliziotti che scappano, alla rete da giardino che li divide e che viene giù in un secondo, alle cariche continue, impreparati a morire per una partita di calcio. Partita che si gioca lo stesso, decide l’Uefa insieme al Belgio. Non sanno più cosa fare e devono evitare altri morti. Si gioca per chiamare intanto l’esercito (arriveranno i carri armati), si gioca per una questione di ordine pubblico e si assegnerà la Coppa dei Campioni perché così hanno voluto quelli del Liverpool. Non è un’amichevole, ma diventa una farsa perché si gioca mentre i 39 corpi sono ancora lì, in fila sotto la curva Z ridotta a un campo di battaglia, e gli hooligan irridono i morti prima che li portino via. Si gioca sapendo, come ha sempre confermato Stefano Tacconi, portiere di quella Juventus.

Otello Lorentini non poteva accettare di avere perso l’unico figlio (assunto dall’ospedale di Arezzo con lettera datata 29 maggio 1985) per una partita di calcio, così, su consiglio di un avvocato, fondò l’Associazione tra le famiglie delle vittime di Bruxelles per portare davanti a un giudice i responsabili della strage che ha cambiato per sempre il football. Un processo lungo, difficile, condotto in solitudine, quella solitudine che è durata decenni e che in parte dura ancora, perché ricordare l’Heysel dà fastidio a tanti, ricordare quello che è accaduto, le colpe, i comportamenti durante e dopo, soprattutto dopo, non è cool, in particolare oggi dove imperversa il gossip e il patinato, dove si scrive e si parla sempre meno di calcio.

L’Heysel fa parte della nostra storia, anche sportiva, e ogni 29 maggio è lì a ricordarcelo, nonostante le amnesie, che vengono a galla quando nei nostri stadi o nelle adiacenze accade qualcosa di violento (inaspettato?), allora tutti a sciacquarsi la bocca con la strage di Bruxelles, senza sapere, senza essersi documentati, tutti a citare la Thatcher e fare figure meschine, perché chi sa non confonde. Gli inglesi non hanno messo mano al loro football dopo l’Heysel, bensì dopo Hillsborough e ancora oggi, sono passati 26 anni, non conoscono la verità e le cause che hanno determinato la morte di 96 tifosi del Liverpool; non sanno che la tragedia di Hillsborough è figlia dell’Heysel, perché gli inglesi hanno preferito polemizzare, inventare scuse, arrabbiarsi per la squalifica dei club dalle coppe europee, mettendo la testa sotto la sabbia, mai risveglio è stato più drammatico. Se avessero imparato la lezione, quella che nessuno, soprattutto in Italia, pare aver imparato, forse Hillsborough sarebbe rimasto solamente il nome di uno stadio.

Gli inglesi, soprattutto quelli di Liverpool, hanno un’altra colpa grave: aver tentato di discolparsi completamente, di non ritenersi responsabili (materiali) della strage. Lo hanno fatto inventando delle scuse, ridicole, passando da quella che gli italiani avrebbero importunato un ragazzino, alla provocazione diretta. Stranamente nessuna di queste utilizzata poi nel processo di Bruxelles per avere, o tentare di avere, sconti di pena. Un ex hooligans, Terry Wilson, nel 2005 è arrivato fino ad Arezzo per chiedere scusa a Otello Lorentini, ammettendo le proprie responsabilità, insieme con quelle di tutti gli altri, ma non ottenendo il perdono che andava cercando: “Non sono pronto”, disse Otello dopo averlo ascoltato a lungo. In questi giorni in Italia è uscita un’intervista a Bruce Grobbelaar, portiere di quel Liverpool, che ne racconta un’altra: sarebbero stati elementi di estrema destra di Londra a infiltrarsi tra gli inglesi in partenza per Bruxelles e poi avrebbero provocato gli stessi per scatenare il vile attacco alle famiglie italiane, che stipavano la curva Z. Perché? Secondo Grobbelaar, perché erano invidiosi dei successi della squadra della città dei Beatles. Chi gliel’avrebbe detto? Sua suocera, che s’imbarcò a Londra insieme con questi. Lo può confermare e corroborare con delle prove? No, ha dichiarato di aver indagato tanto, pur vivendo da anni in Canada, ma alla fine non c’è una testimonianza diversa da quella della suocera né un documento che provi quello che dice.

Non vi stupite, perché se l’Heysel è stato dimenticato, purtroppo lo si deve anche a una certa inconsistenza giornalistica nel cercare di ricostruire i fatti, l’idea che ci sia qualcosa ancora di non detto e di non scritto altrimenti non interessa i lettori. Peccato, invece, che sia tutto chiaro, soprattutto colpevoli e responsabilità, ma che in pochissimi abbiano avuto il coraggio di riportarlo: ribadirlo senza censure sarebbe il vero scoop sulla strage di Bruxelles.

Che quei 39 morti siano una lezione non imparata, purtroppo, ce lo ricorda pure la stretta attualità. Un derby giocato tra le due squadre di Roma, capitale d’Italia, che come aperitivo ha avuto due ragazzi accoltellati all’addome, accoltellati per uccidere e non ce ne frega niente dei distinguo che in tanti nelle ultime ore e nei prossimi giorni tenteranno di fare intorno a questa ricostruzione. Ci si accoltella per una partita di calcio, ci si accoltella prima di andare allo stadio, si paralizza una città, la più importante del Paese, per scontrarsi con le forze dell’ordine o tentare di farlo con i tifosi avversari. Qualcuno ci dirà che non sappiamo cosa sia il derby, che non possiamo capire la rivalità tra Lazio e Roma, peccato però che nessuno di questi filosofi ci spiegherà mai perché in Italia andare allo stadio continui a essere pericoloso, perché continui a succedere tutto questo dopo trent’anni dall’Heysel. In Inghilterra c’è stata la volontà politica (dopo Hillsborough) di eliminare la violenza dagli stadi, che comunque continua a esistere altrove, oltre che nei campionati minori, mentre cresce una nuova generazione di hooligan.

A Barcellona l’ex presidente Joan Laporta dopo aver preso dei ceffoni fuor di metafora ha asfaltato gli ultrà blaugrana, a Parigi la proprietà qatariota sta cercando di fare lo stesso, perché la violenza è poco elegante e male si sposa col business. Potreste obiettare, con ragione, che però così si uccide un certo tipo di calcio e di modo di viverlo, così si butta via il bambino con l’acqua sporca, così si preferisce il marchio, il brand e il merchandising ufficiale alla passione. Bravi, allora ricordatevi che per motivi simili in troppi si sono persi la memoria dell’Heysel.

E la Juventus? Una messa nel 2010 e una messa quest’anno, nel mezzo uno spazio dentro il Museum bianconero con targa e nomi, di più nemmeno Andrea Agnelli sembra capace di fare, il primo presidente che ha intrapreso, con difficoltà, un percorso verso la rinata Associazione fra i familiari delle vittime dell’Heysel, presieduta da Andrea Lorentini, figlio di Roberto e nipote di Otello, vice presidente Emanuela Casula che all’Heysel ha perso il padre e il fratello, Giovanni e Andrea. Rinata anche per difendere la memoria dei propri cari, vituperati e ignominiosamente offesi negli stadi italiani da trent’anni – i cori sono stati sanzionati per la prima volta nel 2014 – la perdita di memoria genera mostri come il sonno della ragione. Non c’è, infatti, una memoria condivisa e in troppi preferiscono cullare il proprio Heysel dimenticandosi dei familiari delle vittime e di quei 39 morti, quasi fossero un ostacolo per ammirare una coppa.

L’Heysel sarebbe dovuta diventare la Superga bianconera, con tutte le differenze che in troppi banalmente sottolineano: un momento di comune condivisione di un ricordo che non potrà mai essere cancellato, dalle nostre memorie e dalle nostre coscienze. Senza dimenticare che a Bruxelles sono morti tre interisti, come Mario Ronchi che andò con gli amici, forse quando l’amicizia era più importante del tifo. Per questo l’Heysel dovrebbe essere, come Superga, una tragedia italiana non solo juventina, ma Lega e Figc hanno brillato meno della Juventus in questi trent’anni e mai hanno tentato di ricordare e di commemorare i 39 angeli di Bruxelles. Qualche settimana fa l’Associazione ha chiesto il ritiro (simbolico) della maglia azzurra numero 39, simbolico perché quel numero di maglia in Nazionale non esiste, gesto accolto con scetticismo e critiche dall’opinione pubblica – si sa, i parenti delle vittime si preferiscono silenziosi e discreti, quando reclamano rispetto e memoria vengono attaccati e stigmatizzati perché, come ha detto Paul Valéry, “quando non si può attaccare il ragionamento, si attacca il ragionatore”. E pare proprio una gara quella che in questi ultimi mesi ha tentato di sminuire l’autorevolezza dell’Associazione fra i familiari delle vittime dell’Heysel e di chi li ha sostenuti e accompagnati in tutti questi anni.

Ma allora cosa resta dell’Heysel? C’è stata giustizia? Come ha sempre detto Daniel Vedovatto, l’avvocato italo belga dei familiari italiani, in quelle condizioni e con il diritto che all’epoca vigeva in Belgio è stato ottenuto il massimo: condanna dell’Uefa, di un capitano di polizia, dei pochi hooligans rintracciati e risarcimenti, che nessuno ha mai chiesto. Forse qualcuno s’è perso, ma la condanna dell’Uefa, resa corresponsabile delle manifestazioni che organizzava e che organizza è storica, ha fatto giurisprudenza e ha cambiato per sempre il football europeo, soprattutto le coppe, esigendo severi requisiti di sicurezza per gli stadi delle finali e non solo. Se non ce ne siamo accorti è perché ce ne siamo dimenticati, trent’anni sono una vita, un vuoto incolmabile e recuperare terreno è quasi impossibile. Resta la forza di Otello Lorentini che ha guidato i familiari delle vittime italiane contro i migliori avvocati d’Europa, la forza che l’ha spinto a citare direttamente l’Uefa nel processo, dopo che in primo grado erano stati tutti assolti, restano i volti, le immagini, i ricordi, i sogni, i sorrisi e il terrore di 39 persone che sono morte dentro uno stadio per vedere una partita di calcio. Li sentite? Stanno sussurrando qualcosa: “La storia (dell’Heysel) siamo noi, nessuno si senta offeso”.

 

Dieci anni fa l’odore del sangue era ancora lì

di ALESSANDRO GIULI (IL FOGLIO 27-05-2015)

 

Dieci anni fa le ferite dell’Heysel sanguinavano ancora, posto che abbiano mai smesso di sanguinare. Allora, ventesimo anniversario della mattanza juventina nella finale contro il Liverpool, si pose il problema di come avrebbero affrontato i Quarti di finale di Champions League due tifoserie che si ritrovavano dopo tanto tempo, inseguite dai fantasmi del dolore e dal terrore che fosse possibile il ripetersi dell’identico. Andò come doveva andare, senza sbavature. In due decenni molto era cambiato. Almeno una generazione nuova s’era affacciata nelle curve, ma erano pur sempre i figli di cotanti padri, protagonisti attivi o vittime di un evento destinato a diventare la figura retorica calcistico-oltretombale per eccellenza. Forte di una militanza ultras all’epoca non ancora conclusa, dunque ben collegato con un mondo che sa valicare le transenne della rivalità, quando si tratta dei fondamentali, mi inoltrai nel racconto di una cosa a metà tra l’inchiesta e la retrospettiva. Lavorò al mio fianco Marco Palombi, oggi valorosamente impegnato al Fatto quotidiano. E’ possibile rileggere sul sito del Foglio quelle righe assemblate allora con pietas. Non so se e quanto siano oggi attuali, penso però che non siano stonate.

 

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29 maggio 1985 Riccardo Balli, pratese: «Mio fratello era stato spostato per caso nel settore Z» Andrea, aretino, da anni lotta per avere giustizia

H E Y S E L  30 ANNI FA

Quei 5 toscani morti di calcio

Il ricordo dei parenti, l’angoscia in tv. «E il tempo non cancella le colpe»

di STEFANO TAGLIONE (IL TIRRENO 27-05-2015)

Riccardo sta cenando a casa di amici. È a Prato, la sua città. Suo fratello Bruno – tifosissimo bianconero e presidente dello Juventus Club Traballe – si trova all’Heysel per assistere alla finale di Coppa Campioni. È tranquillo, Riccardo. Rimane tranquillo anche dopo che, acceso il televisore, apprende dei disordini, dei morti, di quella partita che si è giocata nonostante la tragedia. Riccardo è sereno perché suo fratello, Bruno, è una persona tranquilla.

Ma soprattutto perché aveva comprato i biglietti per la curva N, dalla parte opposta rispetto a dove la furia omicida degli hooligans, consumatasi in uno stadio totalmente inadeguato con un servizio d’ordine praticamente inesistente, aveva appena spezzato le vite di un numero imprecisato di persone. È mezzanotte. Riccardo va a dormire. Felice per suo fratello, che immagina felice per la vittoria della Vecchia signora. Meno per sé stesso, visto che lui, a differenza di Bruno, è un tifoso viola. Sono le 2,30. Il telefono squilla. È la Farnesina. «Bruno è morto». Travolto dall’avanzata degli hooligans, che avevano facilmente divelto l’inefficace rete che divideva le curve X e Z, stava caricando la sua cinepresa e non ha avuto il tempo di scappare. «Io ero tranquillo proprio perché certo che lui non stesse nel settore Z – racconta Riccardo Balli – e quando ho ricevuto quella telefonata sono caduto dalle nuvole». La partita, lui, non l’ha neanche guardata. Poi, alla notizia della tragedia, ha cercato subito di capire in che parte dello stadio si fosse consumata.

«Curva Z? Meno male, tanto non è là», ha pensato Riccardo. Purtroppo, però, Bruno stava proprio lì. Era stato spostato in un settore neutro. Un settore riservato a coloro che non tifavano né Juventus, né Liverpool. Una tragedia annunciata, come ripetono a trent’anni di distanza i parenti delle vittime dell’Heysel. Annunciata perché quella maledetta sera non ha funzionato nulla. Oltre all’errato posizionamento dei supporters, lo stadio belga è totalmente inadeguato a ospitare una finale e con un servizio d’ordine assente. «C’erano solo 4-5 poliziotti a vigilare il settore – racconta Andrea Lorentini, figlio di Roberto, vittima aretina di quella folle serata – e 39 persone sono morte schiacciate come topi. Se è vero che i tifosi inglesi hanno caricato, è vero anche che l’Uefa e le autorità belghe sono i mandanti morali. Trent’anni fa furono commessi una serie di errori gravissimi e imperdonabili». La tragedia dell’Heysel ha segnato profondamenteanche la Toscana, fra le regioni che in Italia ha pagato il prezzo più alto. Cinque sono state le vittime, a Capannori, Arezzo (due), Prato e Ponsacco: Bruno Balli, Giuseppina Conti, Giancarlo Gonnelli, Giovacchino Landini e Roberto Lorentini. Il padre di quest’ultimo, Otello, immediatamente dopo la tragedia ha costituto l’associazione dei parenti delle vittime. Lavoro che sta portando avanti il nipote Andrea – Otello è morto l’anno scorso – organizzando incontri nelle scuole e nelle università per promuovere progetti di cultura sportiva. Andrea ha 33 anni, è un giornalista, vive ad Arezzo. Il padre era paramedico. Proprio per perseguire la difesa della vita – come prevede il giuramento di Ippocrate – Roberto ha perso la sua. Si era appena messo in salvo insieme al padre Otello e a due cugini, con lui all’Heysel per assistere a Juventus-Liverpool, quando alla vista di un bambino riverso a terra sugli spalti non ci ha pensato due volte e ha tentato di rianimarlo. Ma proprio in quel momento una seconda carica degli hooligans se lo è portato via. Motivo per il quale è stato insignito con la medaglia d’argento al valor civile. «Un gesto che poteva valere un’onorificenza ancora più importante – afferma il figlio Andrea – e che secondo me non fu concessa in quanto la medaglia d’oro comportava un risarcimento economico, del quale comunque non mi interessa». Il nonno di Andrea, Otello, in nome del figlio ha portato avanti e vinto la battaglia in tribunale contro l’Uefa e le autorità belghe. «La stessa Juventus, per 25 anni, non ha fatto quasi niente per ricordare la tragedia – sottolinea Andrea Lorentini – e solo ultimamente ha cambiato passo. Venerdì, in occasione del trentennale, a Torino verrà celebrata una messa. Noi ci saremo. Vorremmo giungere a una verità condivisa, perché da quel giorno sono passati 30 anni. Più avanti chiederemo anche alla Regione Toscana di commemorare le vittime».

 

PARLA L’EX STOPPER BIANCONERO

Brio: ci dissero di giocare

Non sapevamo la verità

di STEFANO TAGLIONE (IL TIRRENO 27-05-2015)

«A distanza di 30 anni la tragedia dell’Heysel non ha insegnato nulla. Se guardiamo cos’è successo nel derby Lazio-Roma di lunedì, con gli accoltellamenti, sembra proprio che in Italia non sia cambiato assolutamente niente. Da noi le leggi ci sono, ma non vengono fatte rispettare. Purtroppocontinueremo così fintanto che certi delinquenti non saranno presi, rinchiusi in galera e buttata la chiave».

Sergio Brio, storico stopper della Juventus di Scirea e Platini, quel maledetto 29 maggio del 1985 era a Bruxelles per giocare la finale di Coppa dei Campioni contro il Liverpool. Brio, leccese, oggi vive a Pistoia (dove ha militato fra il ’75 e il ‘78) e lavora a Roma nel settore immobiliare.

Trent’anni fa è sceso in campo, ha vinto, ma ciò che ha visto non lo scorderà mai. Proprio per questo, nella sua città d’adozione, si terrà un evento da lui organizzato con l’obiettivo di sensibilizzare e di non far dimenticare la tragedia.

Brio, cosa ricorda di quella maledetta sera?

«Cose brutte che ovviamente mi porterò dietro per tutta la vita. E pensare che fin da bambino sognavo di giocare una finale di Coppa del Campioni. Volevamo fare una grande partita contro un grande Liverpool, battuto già a Torino in Supercoppa europea. Poi, durante il riscaldamento, vedevamo gli spettatori entrare in campo senza scarpe. Ci chiedevamo cosa fosse successo».

In quei momenti concitati quali informazioni avevate?

«Avevamo capito solo che era successo qualcosa di grave. Si vociferava che ci fosse stato un morto nella curva Z. Poi dall’Uefa ci hanno comunicato che la partita sarebbe iniziata in ritardo e per questo motivo, dalla torretta dello stadio, ci hanno invitato a parlare con i nostri tifosi per calmarli e spiegare loro che comunque avremmo giocato».

Giocare fu la scelta migliore?

«Il presidente Giampiero Boniperti, in verità, avrebbe preferito rinviare la partita. Fu l’Uefa, per motivi di ordine pubblico, a imporre il fischio d’inizio. Boniperti, tornando nel nostro spogliatoio, ci disse che dovevamo vincere per onorare la memoria di questo nostro tifoso».

Quando vi siete resi conto dell’entità della tragedia?

«Solo una volta ritornati in hotel».

Il giorno dopo non mancarono i festeggiamenti. I parenti delle vittime per questo motivo vi hanno criticato.

«Li capisco perfettamente, so il dolore che hanno patito a causa della scomparsa dei propri cari e insieme a loro ne piango le morti. Ma se le loro polemiche sono assolutamente legittime, a criticarci furono anche i nemici e i detrattori della Juventus. Per loro, qualsiasi cosa avessimo fatto, sarebbe stata sbagliata».

Lei uscì dall’aereo con in braccio la Coppa dei Campioni.

«Sì. Mi sono assunto tutte le responsabilità in quanto facevo da capitano. Boniperti mi disse: “Prendi la coppa e onora i nostri 39 morti”. Questa è la verità. L’ho fatto per commemorarli».

Quella strage, in Italia, ha insegnato qualcosa?

«Non ha insegnato nulla. Basta vedere il derby Lazio-Roma di lunedì scorso. Mentre Margaret Thatcher in Gran Bretagna ha usato il pugno di ferro contro gli hooligans, che però all’estero facevano tutto ciò che volevano, da noi le leggi ci sono, ma non vengono fatte rispettare. Purtroppo continueremo così fintanto che certi delinquenti non saranno presi, rinchiusi in galera e buttata la chiave».

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EL REBAUTIZADO ‘REY BALDUINO’ NO CUMPLE LA NORMA UEFA

Camino de la demolición 30 años

después de la tragedia de Heysel

El 29 de mayo de 1985 siempre será recordado por los

39 fallecidos en un estadio que fue una trampa mortal

Se quiere crear un nuevo estadio para acoger partidos de la Euro 2020

Heysel marcó un antes y un después para la FIFA en cuanto a seguridad

por GERMÁN BONA (SPORT 27-05-2015)

El viernes se cumplirán 30 años de la tragedia futbolística seguramente más recordada y que más impacto causó, pues lo que iba a ser la ‘final del siglo’ entre Liverpool y Juventus se convirtió en un drama con 39 muertos y más de 600 fallecidos. La final más triste de la historia se acabó jugando por decisión de las autoridades y ganó 1-0 la Juve con gol de Platini. Los juventinos lloraron esa Copa de Europa. El estadio que acabó siendo una ‘trampa mortal’ ya no se llama Heysel, fue rebautizado años después con el nombre de ‘Estadio Rey Balduino’, pero va camino de la demolición al no cumplir normativas de la UEFA que le impedirían albergar partidos de la Eurocopa de 2020. Bruselas, la capital belga, ha sido escogida como una de las sedes del torneo y el nuevo estadio nacional se podría construir cerca de Heysel.

El 29 de mayo de 1985 siempre se recordará por ser uno de los días negros de la historia del fútbol mundial. La lista de tragedias, desgraciadamente, es larga, antes y después de Heysel, pero es indudable que marcó un antes y un después para el máximo organismos futbolístico, la FIFA (y por ende, para la UEFA ), en cuanto a medidas de seguridad se refiere, como la obligación de poner asientos en todas las localidades, la eliminación de las vallas sin escapatoria o la prohibición de entrar objetos peligrosos al recinto.

La avalancha se produjo antes del partido y dejó 39 muertos, de los cuales 32 italianos seguidores de la Juventus que se encontraron sin escapatoria. La mayoría fallecieron por asfixia y aplastamiento. El estadio, construido en 1930, estaba en muy mal estado, lo que empeoró la situación. Tras la tragedia, Heysel dejó de albergar partidos de fútbol hasta que fue remodelado a mitades de la década de los noventa y rebautizado como ‘Rey Balduino’. Acogió la final de la Recopa de 1996 – ganada por el PSG – y partidos de la Eurocopa de 2000. Pero el tiempo pasa y ya no se ajusta, en la actualidad, a las normativas para los partidos UEFA , precisamente endurecidas a raíz de la tragedia, y el final de todo rastro de lo que fue Heysel podría estar cerca. Ya se ha seleccionado un proyecto para la construcción de un nuevo estadio, pero nadie podrá olvidar nunca ese día tan nefasto.

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TRENT'ANNI FA LA STRAGE: LA TESTIMONIANZA DEL GIORNALISTA CARLO OTTAVIANO QUEL GIORNO ALLO STADIO CON UN GRUPPO DI AMICI

“Quella foto che mi riporta nell'incubo dell'Heysel”

“Ho rivissuto il dramma vedendo pubblicata l'immagine del dolore

di due tifosi con i quali avevo viaggiato da Catania a Bruxelles”

di CARLO OTTAVIANO (LA REPUBBLICA - PALERMO 27-05-2015)

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Claudio quel giorno era ancora nella pancia di Giusi che al telefono dall’unità di crisi della Farnesina si sentì rispondere: “No, suo marito non è tra i cadaveri riconosciuti. ... però abbiamo 11 corpi ancora senza nome e ci sono centinaia di feriti”.

Il mio ricordo dell’Heysel è il senso di colpa per quelle ore di angoscia fatte vivere a chi mi amava. Il mio ricordo dell’Heysel è la consapevolezza che nessun merito e nessuna responsabilità sul loro destino avevano e hanno quei due ragazzi che sarebbero nati di li a poco e che tra qualche mese compiranno i 30 anni. Domenico ha lo stesso nome del padre mai conosciuto, una delle 39 vittime di quella dannata partita. Domenico Russo viveva in Piemonte e aveva 28 anni, come me allora. Dal 29 maggio del 1985 associo immancabilmente l’idea dell’imponderabilità del fato a quel giorno e ai due ragazzi che sarebbero diventati Claudio e Domenico.

“Tra mezz’ora da Fontanarossa parte un volo per Bruxelles. La Fiat mi ha regalato 4 posti. Vuoi venire assieme a mio figlio e mio nipote? Si rientra per mezzanotte a Catania.” Giusto il tempo di una telefonata a casa e via.

Sull’aereo c’è aria di festa. Il destino ha le sembianze di un gentile signore che distribuisce i biglietti di ingresso allo stadio. A me capita la curva M. Ad altri la N e la O. A 12 passeggeri, seduti in coda all’aereo, viene dato l’accesso alla curva Z, quella della morte.

Arrivati all’aeroporto di Anversa, un’ora da Bruxelles vengo attratto da un simpatico omaccione in bianconero: cappellino a righe, giacca a righe, pantalone uno bianco e uno nero, scarpe in tono. Mentre lo fotografo un amico gli si mette al fianco. Ho recuperato l’immagine in queste ore dal cassetto dei ricordi dopo aver visto la “Repubblica” di lunedì. Una foto riprende i due dopo il passaggio della furia assassina degli hooligans: quelle sul volto del Pierrot bianconero non sono lacrime dipinte, sono vere.

Una volta entrati nello stadio non capimmo nulla di ciò che accadeva nella curva Z. Vedemmo la marea di maglie rosse muoversi, la polizia portare via dei corpi tenendoli per le mani e le gambe. Sapendo poi e ora che erano i corpi delle vittime, continuo a vergognarmi per aver applaudito al rigore di Platini e la vittoria dei torinesi. Solo a partita terminata, si iniziò a sapere cos’era accaduto e ad avere contezza del dramma. Si vagava per strada, alla ricerca del bus che avrebbe dovuto riportarci in aeroporto. Quando, alle 5 della mattina dopo, il gruppo si ricompose, all’appello mancavano in tanti, alcuni feriti gravemente, altri rimasti per assisterli. Eugenio Gagliano, 34 anni, assessore socialista a Mirabela Imbaccari, padre di tre bambini, sarebbe tornato qualche giorno dopo con un Hercules C130 dell’Areonautica Militare ma dentro una cassa di legno. E dopo due mesi di sofferenza all’Ospedale Erasme, senza mai riprendersi dal coma, lo stesso triste viaggio avrebbe compiuto Luigi Pidone, 31 anni, di Nicosia. Entrambi vittime della furia dei teppisti inglesi e di quel dannato casuale biglietto Z e non M, N, O.

 

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L’ex juventino Zibì Boniek

“Quella notte giocai contro me stesso”

LA STRAGE DELL’HEYSEL Sapevamo dei morti e nessuno voleva scendere in campo.

Ci dissero: “Se non lo fate sarà guerra” Cosa potevamo fare? Stare fermi sul prato?

di PAOLO ZILIANI (IL FATTO QUOTIDIANO 27-05-2015)

Quando mi dicono che giocare quella partita contro il Liverpool fu un errore gravissimo, io faccio fatica a rispondere: perché anche adesso che sono passati 30 anni, ricordo che quella partita non la giocai contro gli inglesi, la giocai contro me stesso”. Cinquantanove anni, da 3 stagioni presidente della Federcalcio polacca (“Vogliamo qualificarci per gli Europei e qui in Polonia, dopo il 2-0 alla Germania campione del mondo, prima volta di sempre, c’è un entusiasmo che nemmeno a Napoli ai tempi di Maradona”), Zibì Boniek, il “bello di notte” della Juventus dell’Avvocato Agnelli, la parlantina sciolta di sempre, la notte dell’Heysel non l’ha certo dimenticata.

Perché quella partita venne giocata?

Perché anche se noi non volevamo, ci dissero che non giocare avrebbe provocato, là fuori, la guerra civile. E allora come fai in un minuto, in un clima di delirio, a decidere che quello che ti viene detto è giusto oppure è sbagliato? Criticare i comportamenti a cose compiute è facile: ma esserci dentro è maledettamente difficile.

Una partita giocata contro se stesso, diceva.

Sì. Dopo pochi minuti la palla va in fallo laterale, oltrepasso la linea e mi paralizzo perché ci sono dieci poliziotti con dieci rottweiler che mi ringhiano contro. Torno in campo, mi rimetto a correre e mentre corro ci sono tre pensieri fissi, stampati nel cervello, che mi martellano. Li ho ancora incollati nella mente, non se ne sono mai andati. Pensiero numero 1: ma a che ora sto giocando questa partita? Pensiero numero 2: ma perché la sto giocando? Pensiero numero 3: proprio qui, a pochi passi da me, qualcuno è appena morto perché voleva vedermi giocare. E contro questi pensieri ugualmente gioco. Tre volte incazzato con me stesso. Perché mi hanno detto che è giusto farlo.

La cosa meno comprensibile fu forse l’esultanza di molti di voi dopo il rigore trasformato da Platini, l’esultanza alla consegna della Coppa.

Allora. Noi siamo calciatori di professione, siamo della Juventus e due anni prima abbiamo perso la Coppa dei Campioni in finale contro l’Amburgo. Negli spogliatoi, quella sera, abbiamo giurato: vinciamo subito il campionato e l’anno dopo conquistiamo la Coppa. Ce la facciamo, torniamo a giocarci una finale. Ma capita che un’organizzazione criminale scelga per la finale uno stadio schifoso e sistemi gli hooligans accanto agli juventini. E succede la tragedia. Noi ci rendiamo conto di tutto, sappiamo che ci sono dei morti e nessuno vorrebbe giocare: ma ti dicono che devi farlo e allora che fai? Scendi in campo e rimani fermo? Rivendico di aver scelto di giocare quella partita con tutto il mio impegno e tutte le mie forze. Potevamo evitare di esultare? Forse, ma dirlo è facile, più complicato è trovarsi a giocare nella disperazione più assoluta con il sangue che pulsa, i battiti che sono a 180 e il dovere e l’istinto che ti dicono di fare fino in fondo il tuo dovere. No, lo scandalo fu quel che successe prima: non quello che successe dopo.

Del lungo e tormentato pre-partita che ricordi ha?

Ricordi brutti. Eravamo tristi e anche molto preoccupati: ‘Io ho fatto venire tutti i miei parenti’, diceva uno; ‘Io ho regalato dieci biglietti a una compagnia di amici’, diceva un altro. Ripeto: sapevamo che c’erano stati dei morti.

E come andò il dopo-partita?

Vuole saperlo? Io dei 39 morti e della misura, enorme, della tragedia seppi solo la mattina dopo. Finita la partita lasciai lo stadio e raggiunsi l’aeroporto da solo perché l’indomani avrei dovuto giocare con la Polonia una partita in Albania. Era stata programmata giovedì alle 2 del pomeriggio proprio in previsione del mio impegno nella finale di Coppa dei Campioni. C’era un volo charter che mi aspettava con due dirigenti: partimmo, arrivammo a Tirana alle 5 del mattino e non ci fecero atterrare perché l’aeroporto apriva alle 7. Ci dirottarono su Bari, arrivammo, andai a fare colazione, presi i giornali e lessi: “39 morti”. Solo allora capii l’enormità della tragedia in cui ero stato precipitato. Con quel boccone nello stomaco, risalii su un aereo, sbarcai a Tirana e alle 2 del pomeriggio giocai Albania-Polonia.

Grande dolore ma non senso di colpa, quindi.

Sa cosa penso? Che non fu nemmeno colpa degli hooligans. Il delitto lo commisero gli organizzatori che li sistemarono accanto agli italiani, lo commise l’Uefa che scelse uno stadio vecchio e cadente con i muri che si sbriciolavano e le ringhiere che cedevano. Prendersela con Platini che esultò dopo il gol è una cattiveria. Tutti noi portiamo il ricordo di quella notte con la morte nel cuore. Io feci quello che mi fu possibile: e destinai il premio-partita, che era un premio altissimo, di 100 milioni di lire, alle vittime della strage. Poi hanno cominciato a passare gli anni, e oggi sono 30 e ogni volta vorresti che il ricordo non ci fosse più, vorresti aver vissuto solo un brutto sogno. Invece no. Sono qui, a Varsavia, e la sua telefonata mi ricorda che 39 persone morirono un giorno per essere venuti a vedermi giocare. Una partita di pallone.

 

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Die Hölle von Block Z

Auch 30 Jahre nach der Katastrophe mit 39 Toten beim Europapokal-Finale im

Brüsseler Heysel-Stadion belastet Juventus Turin das schwierige Gedenken

Verantwortlich waren Hooligans, die Polizei und Funktionäre

Die Toten werden bis auf den heutigen Tag verhöhnt

von BIRGIT SCHÖNAU (SÜDDEUTSCHE ZEITUNG 28-05-2015)

Turin/Arezzo – Der Pfingstsamstag ist ein Festtag im Juventus Stadium in Turin. Die Mannschaft bestreitet das letzte Heimspiel der Saison, seit zwei Jahren ist sie zu Hause ungeschlagen und jetzt liegt sie in Führung gegen den SSC Neapel. Nach dem Schlusspfiff soll mit den Fans gefeiertwerden: Juve hat neben dem vierten Meistertitel in Serie auch den Pokal gewonnen, die Stimmung im Stadium ist gelöst und heiter. Bis in der 39. Minute auf der Südtribüne ein Spruchband entrollt wird. „Plus 39“ steht darauf. Und: „Rispetto“, das italienische Wort für Respekt.

Stille kehrt ein, denn das übrige Publikum braucht einen Moment, um die Botschaft zu verstehen. Als dann auf der Tribüne unzählige weiße Namensschilder hochgehalten werden, erheben sich im Stadion die Zuschauer, viele mit Tränen in den Augen. Und applaudieren den 39 Opfern von Heysel. Plus 39 soll heißen: Diese Toten sind mitten unter uns. Auch 30 Jahre später, wenn Juve wieder ein Endspiel bestreitet, das Champions-League-Finale am 6. Juni in Berlin gegen den FC Barcelona.

Am 29. Mai 1985 wurde das Brüsseler Heysel-Stadion vor dem Landesmeister-Finale zwischen Juventus und dem FC Liverpool zum Schauplatz der schlimmsten Katastrophe des europäischen Fußballs. Ein Fußballfest geriet zum Alptraum, zu einem Massaker, bei dem 32 italienische Juve-Fans, vier Belgier, zwei Franzosen und ein Ire starben. Mehr als 400 weitere Menschen wurden verletzt, eine Generation blieb traumatisiert. Verantwortlich für die Tragödie waren englische Hooligans, die belgische Polizei und Funktionäre des europäischen Fußball-Verbandes Uefa.

Der Block Z, in dem sich die Opfer befanden, war eigentlich für „neutrale“ belgische Zuschauer reserviert, weil er unmittelbar an die Zone der Liverpooler Fans grenzte. Doch die Belgier interessierten sich wenig für das Finale, die Italiener aber umso mehr. Die Tickets konnten sie ganz einfach im Reisebüro kaufen – es waren Eintrittskarten für die Hölle. Als die entfesselten Engländer den Block Z buchstäblich stürmten, gerieten die dort versammelten Fans in Panik. Beim Versuch zu fliehen, wurden sie totgetrampelt, zerquetscht, mussten qualvoll ersticken. Weitere Menschen starben, als sie gegen die Abgrenzung gedrückt wurden, die marode Betonmauer einstürzte und sie unter sich begrub.

Die belgische Polizei sah ohnmächtig zu. Bei diesem Finale waren Einheiten im Einsatz, die noch nie miteinander gearbeitet hatten. Für Block Z hatte die Einsatzleitung überhaupt nur sechs Ordnungshüter abgestellt. Doch in dem maroden Stadion hätte das Spiel erst gar nicht stattfinden dürfen. Die Uefa hatte es trotzdemdort ausrichten wollen, aus Rücksicht auf den Proporz, weil Brüssel halt mal dran war. Die Katastrophe von Heysel entsprang einer ungeheuerlichen Mischung aus Gewalt und Inkompetenz, einem unfassbaren Ausmaß an Verantwortungslosigkeit.

Andrea Lorentini verlor im Heysel-Stadion seinen Vater Roberto. 31 Jahre alt war der junge Arzt aus Arezzo und glühender Juventus-Fan. Zum Finale fuhr er mit einem Cousin und seinem Vater Otello, ihre Plätze befanden sich im Block Z. Als die Engländer losschlugen, gelang es den dreien, zu entkommen. Aber Roberto kehrte noch einmal zurück in das Inferno, man hatte ihn gerufen, um erste Hilfe zu leisten. Er beugte sich gerade über ein Kind, als die nächste Welle von Gewalt und Panik über ihn hereinbrach. Roberto Lorentini überlebte sie nicht. Nach seinem Tod wurde er vom italienischen Staat mit einem Verdienstorden ausgezeichnet.

Sein Sohn Andrea ist jetzt 33 Jahre alt. Er hat einen jüngeren Bruder. Zwei Jungen wuchsen in der Toskana vaterlos auf, weil es Hooligans gefiel, Anhänger einer gegnerischen Mannschaft brutal zu attackieren, sie hemmungslos zu schlagen, sie zu töten. Man muss Andrea Lorentini nicht fragen, welchen Platz die Katastrophe von Heysel in seinem Leben hat. Sie bestimmt alles, bis heute. Lorentini ist Sportjournalist geworden, er arbeitet für ein Lokalfernsehen in Arezzo. Und er ist Vorsitzender im Verein der Angehörigen der Opfer. Gegründet wurde dieser Verein von seinem Großvater Otello. Dieser Eisenbahner aus der Toskana, ein moderater Fan des AC Florenz, kämpfte nach dem gewaltsamen Tod seines einzigen Kindes in einem verfluchten Fußballstadion dafür, dass die Verantwortlichen bestraft wurden. Sein Kampf dauerte Jahre. Schließlich gewannen die Angehörigen als Nebenkläger den Prozess. 14 Liverpool-Hooligans wurden zu drei Jahren Gefängnis verurteilt – einige von ihnen erhielten in der Berufung einen Strafnachlass. Alle englischen Klubs wurden für fünf Jahre von den Uefa-Wettbewerben ausgeschlossen, der FC Liverpool für sechs Jahre. Zu Bewährungsstrafen verurteilt wurden ein belgischer Fußballfunktionär, der Polizeichef von Brüssel, sowie der Schweizer Uefa-Generalsekretär Hans Bangerter.

„Mein Großvater hat erreicht, dass die Uefa als Veranstalter zur Rechenschaft gezogen wurde“, sagt Lorentini. Er sitzt in einem Café in der Altstadt von Arezzo, ernst und energisch in seiner braunen Lederjacke. Voriges Jahr starb Otello, jetzt führt der Enkel den Kampf weiter. Den Kampf nach 30 Jahren? „Es geht immer noch um Wahrheit.“ Der Umgang mit Heysel ist ein Beispiel von vielen für Italiens Schwierigkeiten mit der Vergangenheitsbewältigung. Sogar die vor anderthalb Jahrhunderten erfolgte Reichseinigung ist für manche Italiener ein Tabuthema, geschweige denn ihr Kolonialismus und Faschismus. Oder auch die Katastrophe in einem Stadion vor drei Jahrzehnten.

Die Italienerwaren Opfer. Aber sie wurden auch Sieger: Auf dem Rasen des Heysel-Stadions gewann Juventus seinen ersten Landesmeister-Pokal mit einem Strafstoß von Michel Platini, dem heutigen Uefa-Präsidenten. Juve musste spielen, damals. Den Fußballern war das Ausmaß der Katastrophe noch nicht klar, sie wussten nur, dass etwas Schlimmes geschehen war. Man befahl ihnen, das Spiel auszutragen, der Anpfiff kam mit 85 Minuten Verspätung. Michel Platini jubelte über sein Tor, das wurde ihm von vielen nicht verziehen. Die Angehörigen der Opfer baten Juventus, auf den Pokal zu verzichten. Das lehnte der Klub ab. Heute ist der Pokal im Trophäensaal des Juve-Museums zu sehen, verbunden mit der Erinnerung an die Opfer. Mitten in der Ausstellung steht eine Stele mit ihren Namen.

„Es muss mittendrin sein, nicht in einem abgesonderten Raum, denn Heysel gehört zu unserer Geschichte“, erklärt Paolo Garimberti, ehemals Intendant des Staatssenders RAI und heute Museumsleiter.Am 29. Mai wird Garimberti in Brüssel sein, bei der Gedenkveranstaltung mit dem Bürgermeister, den Botschaftern Englands und Italiens und mit Sergio Brio, dem Vizekapitän der Mannschaft von 1985. Damals war der Journalist nicht ins Stadion gekommen, ohne Angabe von Gründen wurden Garimberti und seine Reisegefährten von der belgischen Polizei zum Flughafen eskortiert und dort in den nächsten Flieger nach Italien gesetzt. Heysel, sagt Paolo Garimberti, inzwischen ein würdiger Signore in den Siebzigern, habe seither immer an ihm genagt. Und nicht nur an ihm. Juve-Präsident Andrea Agnelli, zur Zeit der Katastrophe ein neunjähriges Kind, erinnerte bei der Eröffnung des neuen Juventus-Stadiums ebenso an Heysel wie bei den Aktionärsversammlungen. Agnelli pflegt enge Verbindungen zum Opferverband, er schickte eine Abordnung zum Begräbnis von Otello Lorentini. Und zur Vorbereitung des 30. Jahrestages lud er Andrea Lorentini nach Turin ein.

Geplant war eine gemeinsame Veranstaltung im Stadion, ein theatralischer Monolog über die Geschehnisse in Brüssel. Es wäre das erste Mal gewesen, dass Juventus in großem Stil an die Tragödie seiner Fans erinnerte. Doch dann konnten sich die Klubleitung und die Hinterbliebenen nicht über den Text einigen. Der sei Juve „zu anklägerisch“ gewesen, berichtet Lorentini: „Wir wollten mahnen, Juventus wollte eine Gedenkfeier.“ Es wird jetzt nur eine gemeinsame Messe in Turin geben, wie zu jedem Jahrestag. Enttäuscht ist Andrea Lorentini über das Schweigen von Michel Platini. Immer wieder hat er versucht, Kontakt zum französischen Uefa-Präsidenten zu bekommen, stets prallte er an einer Mauer des Schweigens ab.

Das Ringen um die Erinnerung geht in Italien weiter. Es ist ein Kampf gegen die Gewalt und für den Respekt vor den Opfern. Denn die Toten von Heysel werden bis auf den heutigen Tag in italienischen Stadien verhöhnt, etwa in den Kurven des AC Florenz undvon Inter Mailand. Manche Reaktionen auf die Gedenkaktion im Juventus-Stadium sind beschämend, entmutigend, obszön. Ungestraft zirkulieren sie im Internet, unerträglich nicht nur für Andrea Lorentini und die anderen Hinterbliebenen. Der Sohn des Arztes, der in Brüssel in Sorge um andere Juventini starb, ist übrigens Inter-Fan.

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Ed Vulliamy, who witnessed the 1985 stadium disaster from the stands above, reports on 30 years of hurt

'I saw bodies piled at Heysel'

"My son and I had flown to Brussels together singing on the plane. I flew back with his body"

by ED VULLIAMY (THE GUARDIAN 28-05-2015)

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We went, like tens of thousands of others, to watch what should have been the match of a lifetime: Kenny Dalglish and Ian Rush’s Liverpool against Gaetano Scirea and Michel Platini’s Juventus, for the European Cup of 1985. My friend Patrick Wintour (now political editor of this newspaper, whom I had known since the age of eight) and I had made a habit of treating ourselves to European Cup finals – this would be our last. We walked across the Brussels Grand Place, laid with a carpet of broken beer bottles, and up to the stadium with the English, waddling and bellowing, drunk on lager and the xenophobia of the day.

We took our seats in time to see the last, fatal charge by these same Liverpool fans into a pen of Italian supporters beneath us: the panic, the flight, the crush, the thud like explosives at a distant quarry as a wall collapsed.

We saw the row of dead bodies and the whooping – I especially recall the Liverpool fans’ whooping. The irony is too cruel: four years later, Liverpool fans themselves suffered carnage similar to that wrought at the Heysel stadium in Belgium on the murderous night of 29 May 1985. After decades of tenacious campaigning for justice, we approach a reckoning over Hillsborough; finally, the bereaved relatives have what comfort they can find in a culpability admitted by South Yorkshire police. But as the 30th anniversary of Heysel falls on Friday and a commemorative mass is held in Turin for the dead, Heysel, un-reckoned, remains football’s forgotten crime – despite its 39 dead and more than 600 injured. The fact that Juventus play next weekend in the European Cup final deepens the painful poignancy of the moment.

We had landed on a Wednesday from London, at Ostend-Bruges airport, for transfer to Brussels by bus. So too had Bruno Guarini and his son Alberto, from the town of Mesagne in Puglia, in Italy’s heel; they had flown from Brindisi and the trip was a congratulatory gift for Alberto who had recently passed his dentistry exams. “Of course Alberto knew Liverpool,” Guarini would later say to me. “They were famous, a wonderful team and we thought the fans would be like us, just crazy about football.”

When father and son arrived at the stadium, recalls Guarini, “the English had their shirts off, lying on the grass with their beer, so we went straight inside. Alberto had his Juventus bag to carry his binoculars and his packed lunch. The hooligans were at the other entrance, drinking and shouting. I said to Alberto, ‘we’ll go away from them – they might throw things.’ So we went towards the wall at the side. It was the worst thing I ever did, because those near the English were the ones who survived.”

Meanwhile, already inside, we watched Liverpool fans crash through the fence feebly separating them from the Juventus fans, across the terracing into fleeing Italians, with disbelief. But Guarini was right: the signs had been there all day, as the British fans got drunk and rowdy on their way to the ground. In fact, they had been there for years: Britain was on patriotic turbo-charge after the election of Margaret Thatcher and war in the Falklands, and no one expressed the mood with greater articulacy than “our boys” supporting football teams in Europe. There had already been serious trouble with Spurs and Manchester United; now it was Liverpool’s turn.

“They came running at us through the fence,” recalls Guarini. “Alberto was caught against a barrier. His last words were ‘Papà, mi stanno schiacciando’ – Daddy, they’re crushing me”. Guarini lost consciousness, but when he came to he insisted that the Red Cross join him to search for his son. They found him, lifeless.

While paramedics counted the dead, the game was played, despite protests from some players on both sides – Uefa calculating that to cancel it would lead to further violence – and won at around midnight by Juventus. Platini stripped off his shirt and hoisted the cup.

I was a researcher on Granada TV’s World in Action at the time, but Patrick and I wrote a piece for this newspaper – my first. In it, we quoted two Liverpool fans, one back at our hotel who, learning of the dead, said: “Good. They deserved it.” And another at the airport: “I’ve been watching Liverpool for 25 years, now I’m through. I saw people kicking the bodies. There were bodies piled 10 deep and they were booting them. If that’s football, I’m through with it.” I think we felt the same as we trudged home.

The atmosphere back in England was astonishing, though in retrospect to be expected, and I doubt it would be any different now: an orgy of denial, excuses, and a search for rotten apples in an otherwise healthy sport and proud nation. Without doubt, Uefa’s choice of a crumbling stadium was woeful, as was its releasing a third of the tickets at the Liverpool end for “neutral” football fans to buy in Belgium. They were snapped up by tour operators who then sold them to Juventus fans, mostly families, across central and southern Italy (the club’s Ultras were at the other, far, end and played no part in the horror). Security and policing were non-existent.

These circumstances laid the ground for Britain’s collective reaction. Of course, some headlines chastised the “mindless minority”, but they topped the same rags that had – along with prime minister Margaret Thatcher who spoke of her “shame” – stoked the frenzy in the first place: “Hop Off You Frogs” in the Sun was a case in point (with its copious echoes today), along with the same paper’s famous war-cry of “GOTCHA”, three years earlier.

Some insisted the Liverpool fans had been provoked (never substantiated); Liverpool chairman John Smith dismissed the killers as belonging to the National Front in London; “It was the NF, proof page 3”, reported the Daily Star. The Telegraph carried a front page story about “English and Italian fans” being killed in “a riot”. The Express turned quickly to an “anti-British frenzy in Europe” and the Mirror stated: “Britons Warned: Keep out of Europe”.

When Liverpool manager Joe Fagan offered up a prayer in the city’s Anglican cathedral, it was for “all” victims of soccer “tragedies” – natural disasters like earthquakes – “especially Brussels and Bradford”. For an initial church service in Turin, neither Liverpool nor the British embassy managed a wreath. Fans blamed the police, or the ground, or said the slaughter was in retaliation for attacks by supporters of Roma after Liverpool had won the previous year’s cup in Rome. No reckoning; Heysel remained an open wound.

This went on for 20 years, if Heysel was mentioned at all. A few perpetrators were identified and extradited to Brussels – tabloids complained they were deprived of English tea while detained – and had served their short sentences by the time of trial. Even Juventus paid less heed that it should have, for all the efforts of their Ultras and a remarkable organisation of victims’ families set up by Otello Lorentini, whose son Roberto – a doctor – was killed while trying to administer first aid to dying Juventus fans. He was posthumously awarded a silver medal of civic honour – apparently unqualified for the gold.

The subtitle of one book on the treatment of the survivors and families, by Jean-Philippe Leclaire, sums it up: The Tragedy Juventus Tried to Forget. A strange amnesia – like a share in the shame – descended over Juve for a while, lifted finally and decisively by Andrea Agnelli (nephew of Gianni Agnelli, the late president of Fiat) when he took over the club in 2010. The Agnelli Foundation had previously managed to win more in compensation than the British government, Liverpool and Uefa combined.

The relatives’ campaign was tireless, recounted in a fine book by Francesco Caremani, recently translated as Heysel: the Truth. At every stage, they were knocked back by the legal process in Belgium, but finally, at the highest level of appeal, won recognition that Uefa shared in the blame. “The decision means that Uefa can no longer claim that their responsibility is limited to sport,” said their lawyer Daniel Vedovatto. Uefa’s president Lennart Johansson professed himself “stupified and indignant”.

Ten years ago, something weird happened: by a twist, just before the 20th anniversary, Liverpool drew Juventus in a Champions League quarter final – a first meeting since 1985, prompting reflection I do not think would have happened otherwise. A new generation at the club and Kop organised a mosaic in the stands, reading Amicizia – friendship – for the Anfield leg. In Turin, captain Sami Hyypia joined his opposite number, Alessandro Del Piero, to read the names of the dead beside a memorial at Juve’s ground.

For my part, this was a relief, but late: my mother was born in Liverpool, and LFC is a family team of sorts – her father used to watch them in the 1920s and 30s; I was first arrested in 1971 for scaling Wembley’s wall attempting to watch Liverpool play the Cup final. After Heysel, I hoped for some gesture by Liverpool, or unilaterally from the Kop, towards their victims and Juventus – but there was none. That summer of 1985, I went to Turin, mortified and penitent, and joined the Juventus Club Primo Amore in the centre of town.

Even my employer, Granada, based in the north-west, eagerly deployed the hack excuses about the ground, the ticket sales policy – as if these alone were murderous. The week after the slaughter, I wrote in rage for the New Statesman about what had really happened, in the context of toxic, bellicose patriotism of the day; my article was frowned upon and I left a few months later to join this newspaper.

Four years later, I hoped that the nightmare at Hillsborough would make Liverpool fans think again, and differently, about Heysel, and campaign for justice in both instances: quite the opposite, Heysel just disappeared altogether.

So I moved to Italy in 1990, by which time I had already met the bereaved Bruno Guarini, who would take me to his son’s grave, and a tennis court named in Alberto’s honour, where he and his sister Paula had won a tournament shortly before the fateful excursion to Brussels.

“Alberto and I had flown to Brussels together singing on the plane,” says Guarini. “And I flew back with the body of my son.” Guarini, a pharmacologist and a gracious man, does laugh, like any Pugliese, but a sorrow haunts his eyes and it is hard to imagine him singing on a plane.

“I remember it all like a film,” he says. “Right up to the last moment, when the film stops and you don’t see it any more. Then at night, I suddenly awake, and see it all again. Heysel: that word will drive me mad.”

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L’Heysel 30 anni dopo: rabbia e dolore

Francavilla ricorda Bruno Acerra e Nino Cerullo (due dei

39 morti) con un torneo giovanile e una messa in suffragio

di ROCCO COLETTI (IL CENTRO 28-05-2015)

Erano centinaia i tifosi abruzzesi di fede bianconera quel giorno allo stadio Heysel di Bruxelles. Due di loro non hanno fatto ritorno a casa: Rocco Acerra, 29 anni, e Nino Cerullo, 24 anni, entrambi di Francavilla. Sono due dei 39 morti della tragedia del 29 maggio del 1985 nello stadio che ospitava la finale della Coppa dei Campioni, tra la Juventus e il Liverpool. Sono passati 30 anni da quel maledetto pomeriggio inoltrato e in questi giorni Acerra e Cerullo vengono commemorati con un torneo giovanile a Francavilla. La loro memoria è viva, c’è una lapide di marmo all’ingresso dello stadio che li ricorda. Domenica mattina, al Valle Anzuca, ci sarà una messa in suffragio.

Erano grandi amici, a tal punto che, nonostante la fede calcistica diversa, l’interista Nino Cerullo decise di accompagnare l’amico Rocco Acerra a Bruxelles per la sfida tanto attesa dal popolo juventino.

Quella sera all’Heysel erano diversi i tifosi bianconeri partiti da Francavilla e dintorni. Acerra e Cerullo morirono nella calca del settore Z sotto la furia devastatrice degli hooligans, i tifosi ubriachi del Liverpool che sfondarono le reti di recinzione tra i vari settori. Nella notte a Bruxelles gli amici appresero della morte di Rocco Acerra e Nino Cerullo. In Italia la notizia giunse con i primi notiziari del mattino seguente.

Fu la prima grande tragedia legata al calcio in Europa, superata, il 15 aprile 1989, dalla strage di Hillsborough, in Inghilterra, in cui persero la vita 96 tifosi del Liverpool. Sia a Bruxelles che a Sheffield ci fu- rono chiare e nette responsabilità dell’ordine pubblico.

La furia dei tifosi Reds fu devastante, ma così tanti morti si spiegano anche con l'inadeguatezza dell'Heysel (nel frattempo abbattuto) e dei servizi di sicurezza ed ordine pubblico. Un ricordo ancora oggi terribile per i parenti delle vittime, per i sopravvissuti, per chi aveva seguito le cariche degli hooligans, il caos e la disperazione dei tifosi che cercavano scampo dagli altri settori dell'Heysel o in tv. Una “Coppa maledetta” che la Juve aveva inseguito per 30 anni, sfuggita già due volte, nel '73 a Belgrado, dieci anni dopo ad Atene.

Un trofeo che oggi molti protagonisti dell'epoca non sentono come un trofeo conquistato, ricordando che in pratica furono obbligati a giocare. Ma ci sono anche tifosi juventini che, al contrario, la considerano un “premio” alla memoria delle 39 vittime, allineate nelle stanze dello stadio mentre sul campo si consumava la partita più surreale nella storia del calcio europeo, vinta dalla Juventus con un calcio di rigore segnato da Platini. Una partita giocata con un intero spicchio dell'Heysel, senza più tifosi, transennato davanti alle macerie ed alle cose perse dai tifosi nella calca. «Non sapevamo cosa era davvero successo, avevamo avuto notizie di un morto, forse due, ma non potevamo immaginare una tragedia così grande», avrebbero detto poi i giocatori bianconeri. Quella sera fu la voce di Bruno Pizzul della Rai a dare le prime notizie. Un po’ alla volta, anche attraverso la televisione, l’Italia prese coscienza della strage. Che, però, dopo 30 anni sembra aver insegnato poco o nulla a chi provoca ancora oggi incidenti negli stadi di calcio.

 

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«Un generale ordinò di festeggiare»

Tacconi, l’ex portiere dei bianconeri: «In campo sapevamo

che era morto solo un tifoso. Grobbelaar? Matto come me»

di TIMOTHY ORMEZZANO (LEGGO 28-05-2015)

Stefano Tacconi, portiere della Juve nella tragica finale di Coppa Campioni contro il Liverpool del 29 maggio 1985, se chiude gli occhi quali immagini le tornano in mente a 30 anni da quella notte da incubo dell’Heysel a Bruxelles?

«Non bisogna chiudere gli occhi, ma tenerli ben aperti per ricordare. Penso soprattutto al grande sogno di 22 giocatori infranto da certi ultrà. Le finali si dovrebbero sempre giocare con entusiasmo e gioia».

Non si poteva evitare di scendere in campo per rispetto delle 39 vittime?

«Le notizie erano frammentarie, non si capiva se era morto un tifoso oppure un centinaio. La Uefa ci aveva impedito di scendere in campo ma per fortuna un generale grande e grosso, con un po’ più sale in zucca, ci ha ordinato di giocare per evitare problemi più grandi: la curva juventina avrebbe voluto vendicarsi...».

Erano inevitabili anche certi festeggiamenti?

«Sento sempre ripetere le stesse cose... La nostra festa era stata decisa dallo stesso generale alto due metri: ci ha obbligati a uscire dallo spogliatoio e andare sotto la curva bianconera, perché dovevamo tenere i nostri tifosi all’interno dello stadio».

Ironia della sorte, quella fu la sua migliore partita di sempre: conferma?

«Proprio così, però non riesco a raccontarla. Ma il dramma è che certi fattacci continuano a ripetersi con cadenza preoccupante».

Si riferisce a quanto accaduto prima di Lazio-Roma?

«Proprio così: guardate cosa è successo prima del derby di lunedì: certa gente ha la segatura al posto del cervello. In Italia non riusciamo proprio a cambiare: servono leggi dure da far rispettare. Possibile che ai politici le cose vadano bene così? Io credo che chi ama lo sport e il calcio in particolare, sia disgustato da quanto visto nei paraggi dell’Olimpico. Una cosa indegna. Non è possibile essere ostaggi di bande di delinquenti. Perché questi personaggi, etichettiamoli così, lo sono».

Qual è il modo per non dimenticare l’Heysel?

«Intanto in questi giorni sono proprio a Bruxelles, ospite di una televisione belga, per commemorare la tragedia. Io e il mio ex collega Grobbelaar (il numero 1 del Liverpool di allora, ndr), non chiedetemi chi è il più matto dei due, abbiamo inutilmente proposto ai club di giocare tutti gli anni un’amichevole tra Juventus e Liverpool. Ultimamente è saltato il progetto di uno spettacolo teatrale per rievocare la tragedia. La Juve ha ritenuto che una parte della sceneggiatura fosse un tantino delicata e pure controversa».

E allora, la società di Agnelli cosa potrebbe fare per tenere vivo il ricordo?

«La cosa più importante è che il club bianconero stia vicino alle famiglie delle vittime».

 

Dalla Curva Z all’Internazionale degli hooligan: tre decenni inutili?

di ALVARO MORETTI (LEGGO 28-05-2015)

Tutto cominciò proprio all’Heysel: il mondo che - improvvisamente (ma non per i sociologi della scuola inglese) - scopre l’universo hooligan. Quelle masse impazzite che mettevano a rischio ogni singola partita in Inghilterra avevano seminato morte nel Continente. Poi venne Sheffield e la Thatcher che estromise un calcio inglese indegno e incontenibile dal consesso mondiale per permetterne la bonifica totale. E gli altri: a parlare e poco fare. Fino ad oggi: di morti per le conseguenze della mentalità hooligan ne abbiamo avute a decine, anche qui da noi. E il cerchio di questo uso del calcio strumentale per l’espressione della violenza fine a se stessa, trasversale, anche se politica si potrebbe anche chiudere col solito derby romano di coltelli e lacrimogeni. Con l’ufficializzazione della nascita di una Internazionale Hooligan. 30 anni dopo Heysel ci cadono le braccia. Thatcher dove sei?

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Heysel, «io sopravvissuto

a quella maledetta curva Z»

La testimonianza a Tuttosport.com di Nereo Ferlat, che il

29 maggio di 30 anni fa era all’Heysel e ha un messaggio

per chi allo stadio intona cori contro le sue vittime

di FABRIZIA ARGANO (TUTTOSPORT.com 27-05-2015)

 

TORINO - Nella vita di Nereo Ferlat c'è una lettera che segna il prima e il dopo. La Z. Il 29 maggio del 1985, era nella curva Z dello stadio Heysel di Bruxelles, quella curva maledetta dove morirono 39 persone, poco prima della finale di Coppa dei Campioni tra Juventus e Liverpool.

 

INDELEBILE - Sono passati 30 anni, ora è in pensione e le partite della sua Juve preferisce vederle in tv. Ma il ricordo di quel giorno resta indelebile: «L'Heysel non è mai passato. Penso quasi ogni giorno a quello che ho vissuto in quegli attimi», racconta a Tuttosport.com. Aveva 30 anni quel giorno e tutto l’entusiasmo di chi segue la sua squadra del cuore in una trasferta all’estero per la prima volta: «Avevo percepito una situazione di pericolo entrando allo stadio, si vedeva che i tifosi inglesi avrebbero potuto accedere facilmente nel nostro settore».

 

L’INFERNO - Ma mai avrebbe immaginato di vivere quello che poi è successo: «Dopo i primi attacchi, un razzo sparato ad altezza uomo ha generato il panico e ci siamo ritrovati in migliaia di persone in pochi metri quadrati. Ero schiacciato, non riuscivo a respirare e pensavo che sarei morto. Quando il muretto è crollato, sono stato sbalzato verso l’alto e mi sono ritrovato in campo. Una suora dopo alcuni minuti mi ha chiesto come stavo e lì ho realizzato di essere ancora vivo».

 

LA PARTITA – Dopo l’inferno, la partita in un clima irreale, che Ferlat ha visto in uno stato di incoscienza: «E’ stato giusto giocare per motivi di ordine pubblico, ma francamente i festeggiamenti, i cortei, i clacson che sono venuti dopo non hanno avuto senso».

 

IL RITORNO – Poi il ritorno a casa e quegli incubi che non passavano: «Non riuscivo più a dormire, il pensiero delle vittime pesava come un macigno, il volto sorridente del signor Gianfranco Sarto da San Donà di Piave che avevo conosciuto sul pullman e ora non c’era più continuava a tornarmi in mente». Ricordi che Ferlat ha deciso di mettere per iscritto, quasi per esorcizzarli. Ne è nato un libro intitolato “L’ultima curva”, «quella che tifosi come me hanno potuto calpestare per l’ultima volta per colpa di una partita di pallone», spiega Ferlat.

 

LA LEZIONE – Da quel giorno è cambiato qualcosa nel calcio? «E’ stata una lezione per gli inglesi, con tutte le misure prese per la sicurezza e contro la violenza – dice – in Italia sembra di no, basta sentire i cori sulle vittime dell’Heysel e su quelle di Superga che ciclicamente vengono intonati negli stadi. Quando li sento, mi vengono i brividi. Restiamo il Paese dei comuni e della signorie, invece di tifare per la propria squadra si tifa contro. Cosa vorrei dire a chi intona quei cori beceri? Semplicemente di crescere dentro».

 

LA RICORRENZA – Ferlat parteciperà alla cerimonia di commemorazione del 2 giugno a Reggio Emilia: «Il ricordo è doveroso nei confronti delle vittime e come monito per le future generazioni, affinché le famiglie possano tornare allo stadio senza paura e si debelli la violenza. Un tifo sano non può essere un’utopia, così come l’Heysel non è stato un incubo ma una realtà a cui cercare di dare un senso».

30 ANNI FA L’HEYSEL

«Camminavo sui cadaveri»

Il racconto di Pierpaolo: il 29 maggio 1985 aveva 13 anni

Il braccio del padre lo salvò dal massacro nella Curva Z

di GIORGIO PASINI (TUTTOSPORT 28-05-2015)

«Avevo quasi tredici anni, non ero mai andato allo stadio prima di quel giorno. Papà non se la sentiva. Roma-Juve o Lazio-Juve erano partite a rischio. Quando però la Juve andò in finale di Coppa dei Campioni chiamò zio Giovanni, l'altro fratello di papà. Viveva in Belgio, ad Anversa, dove aveva sposato una fiamminga. "Posso trovare i biglietti, venite?". Così partimmo in cinque: io, papà, zio, suo figlio di diciotto anni e un amico. In auto, una Citroen BX. Un lungo viaggio, lunghissimo. Siamo arrivati ad Anversa il giorno prima della partita, ricordo tutto nitidamente».

Comincia così il racconto drammatico e doloroso, intenso da trattenere il fiato, di Pierpaolo Filippi, laziale di Latina, famiglia juventina da sempre. Quella terribile sera del 29 maggio 1985 era al fianco di papà Gianfranco nella famigerata Curva Z dell'altrettanto famigerato stadio Heysel di Bruxelles. Quello che non c'è più. In mano due biglietti vecchi di trent'anni, li maneggia con estrema cura. Sono il numero 11336 e 11337. Costo 300 franchì: 7,44 euro al cambio d'oggi, 9.518 lire quello d'allora. Sono ingiallitì, come i giornali d'epoca, belgi e italiani, che il padre ha custodito a sua insaputa per quasi tutto questo tempo.

Davanti c'è la corona della monarchia belga e il timbro postale su una scritta inquietante in francese e fiammingo: "L'organizzazione declina ogni responsabilità in caso di incidenti, di qualsiasi natura, che potranno verificarsi durante il match". Dietro la mappa dello stadio e i loghi degli sponsor della competizione. Pierpaolo, che ora ha 43 anni e 2 figlie (Lucia di 9 e Anna di 6), ce li mostra come l'albumetto portafoto a fiori con il quale ha collezionato gli autografi dei giocatori juventini. Ognuno ben riposto sotto la plastica e con il nome scritto a matita. I suoi idoli. Parliamo nella sua agenzia immobiliare davanti allo Stadio Olimpico (l'ex Comunale) di Torino, dove s'è trasferito l'anno dopo quella finale. Proprio di fronte alla curva Filadelfia. In Corso Agnelli. Cinque vetrine più in là c'è il "granatastore". Da Superga all'Heysel, ognuno ha le proprie tragedie a Torino. Pierpaolo ci racconta quella che trent'anni fa, assurdamente, ha portato via 39 vite bianconere. Non la sua. Grazie al braccio possente di papà Gianfranco che lo cinse forte per quella terribile, interminabile e indimenticabile mezz'ora.

 

«Ricordo la tensione enorme di un bambino che per la prima volta andava allo stadio a vedere la sua squadra e viveva un evento enorme. Una tensione gioiosa. Sentivo così la giornata che non mangiai praticamente nulla. Avevo lo stomaco chiuso. Arrivammo a Bruxelles all’ora di pranzo. E subito rimasi stupito del fatto che noi e i tifosi inglesi entrammo subito in contatto, ma in un clima di festa. Cambi di sciarpa, foto mescolati: niente lasciava presupporre quello che sarebbe successo dopo poche ore.

Era una bella giornata di sole, cocente. Ricordo la lunga attesa fuori dallo stadio prima di poter entrare. Verso le sei e mezza di pomeriggio finalmente aprirono i cancelli e subito ebbi un presagio. La curva Z era dedicata al tifo non organizzato, alle famiglie come la nostra. Gli ultras della Juve erano dalla parte opposta, ma a sorpresa ci trovammo a fianco gli hooligans del Liverpool. Entrammo insieme con loro. Ricordo che la polizia belga tolse l’asta di plastica della mia piccola bandiera, mentre loro entravano con le bottiglie di birra in mano. E allora erano di vetro. Assurdo. Come dentro. C’era pochissima polizia. E quasi tutti gli agenti sotto la curva della Juve. Inspiegabile. Nei resoconti ho letto che c’erano 164 poliziotti. Non so se fosse vero, di sicuro non sentivi la presenza delle forze dell’ordine.

 

Rossi contro bianchi

Il pre-partita però fu tranquillo. C’era un incontro tra due squadre giovanili locali. Evidentemente doveva intrattenerci. Gli inglesi tifavano per la squadra rossa, noi per quella bianca. Avevano scelto in base ai colori. Partirono i classici cori da stadio. Sfottò, per lo più. Noi inneggiavamo all’Everton, la rivale del Liverpool che quell’anno vinse il campionato inglese. Poi, improvvisamente, l’atmosfera si scaldò. Troppo. Scoppiarono delle mini risse tra gli stessi hooligans. Ogni tanto qualcuno, completamente ubriaco, veniva preso e portato fuori.

Eravamo divisi da una semplice rete metallica. Sì, di quelle che si usano negli orti. Gli inglesi iniziarono a fare pressione, senza che la polizia intervenisse. Secondo me capirono che potevano andare oltre, che nessuno li avrebbe fermati. Così lo fecero, senza nessuna opposizione. Noi eravamo famiglie spaventate, le forze dell’ordine non erano adeguate. Così come lo stadio fatiscente. I gradini erano molto bassi e malconci. Si staccavano pezzi con le mani. Cominciarono a tirarceli addosso, assieme a razzi.

Ci ritirammo verso l’estremità della curva. L’intero settore Z era ammassato in un terzo della curva. Una calca esagerata. Ricordo dei ragazzini che per scappare ci passavano sulle teste. Non c’era un buco dove infilare il piede. Ci trovammo divisi in due gruppetti. Io, papà e lo zio belga, gli altri tre spariti dalla vista.

Ero terrorizzato. Papà fin dal primo momento mi strinse forte a lui e non mi lasciò mai un attimo. Fu la mia salvezza. Io davanti, lui dietro a cingermi il petto col braccio destro. Il sinistro era bloccato, si faceva fatica a respirare. Impossibile muoversi, ripararsi. E arrivava di tutto. Ricordo gente a fianco a me con la faccia gonfia per le pietre che arrivavano. Uno venne colpito in pieno da un razzo. C’era sangue dappertutto. Io fui davvero fortunato. Non fui colpito da nulla. Papà si ruppe due costole nella calca. Sotto i piedi sentivo qualcosa di solido e molliccio al tempo stesso, ma non riuscivo a vedere nulla. Pensavo fossero gradini, non era così.

Il silenzio era pazzesco. Gli inglesi urlavano, noi eravamo paralizzati. A un certo punto mio zio, che nei piccoli spostamenti s’era trovato a un paio di metri da noi chiese aiuto. Lo vedevamo scivolare giù, come risucchiato da una palude. E’ stato il momento più drammatico. Papà non poteva muoversi. Se mi avesse lasciato sarei finito. In quel momento successe l’evento che ci salvò: crollò il muro. Sì, il muro accusato di aver causato la maggior parte dei morti. In realtà fu il contrario. Prima di tutto non era alto, il dislivello non era eccessivo e sotto c’era del verde, non l’asfalto. Fu la nostra fortuna. Cedendo fu una valvola di sfogo per tutti noi. E in quel momento gli inglesi si resero conto del dramma e in un attimo cessarono di lanciare pietre e pressarci.

Vidi zio che stava cedendo, senza più forze, e qualcuno improvvisamente gridò: “Calma, calma. E’ finita”. La gente iniziò a sparpagliarsi e quello fu il momento dello choc. Capii cosa avevo sotto i piedi. Non gradini, non vestiti o borse o striscioni: erano le vittime, la maggior parte delle vittime. Erano morti calpestati, asfissiati. I volti erano lividi, c’era sangue. I corpi uno sull’altro. La fine che poteva fare mio zio. O io, se mio padre non mi avesse tenuto.

 

Il bambino del giornale

Nelle cronache lessi che perse la vita anche un bambino di undici anni, cagliaritano. Si chiamava Andrea Casula. Ricordo di aver visto un bambino nella calca. Fu un attimo. Tempo di girare la testa e non c’era più. Eccolo, è qui in questa foto (indica un’immagine sgualcita di un giornale dell’epoca, ndr). Terribile.

Era il caos generale. Papà mi portò verso la tribuna. I tifosi inglesi continuavano a cantare e urlare. Dall’altra parte dello stadio quelli della Juve non capivano cosa succedeva. Arrivarono i poliziotti a cavallo, ma era tutto finito. Noi eravamo sopra l’uscita degli spogliatoi. Il tunnel era di plastica, si vedeva qualche giocatore del Liverpool. Ricordo che uno di loro indicò i tifosi e fece il gesto del dito sulla tempia: questi sono pazzi.

 

La telefonata a casa

Papà mi lasciò con lo zio e tornò nella curva a cercare gli altri. Anni dopo mi raccontò quanto fu straziante. Non trovò nessuno, ma per fortuna erano salvi e ci incontrammo fuori dallo stadio mentre accatastavano i corpi sotto lenzuoli bianchi. C’erano ambulanze, medici, poliziotti, feriti. Papà cercò una cabina per chiamare a casa. Non c’erano i cellulari. Disse che stavamo bene, che non eravamo in quel macello. Una bugia. Alla partita non pensavamo più. Tornammo a casa dello zio, ad Anversa. La finale che aspettavo con ansia, la mia prima volta allo stadio, la vedemmo in tv. In un clima assurdo. Il giorno dopo comprammo i giornali locali. In molte foto c’era papà con la sua camicia di jeans che camminava tra i cadaveri. In una ci sono anch’io. S’intravvede la mia testa bionda. Poi siamo ritornati a casa.

 

Il tema di 3ª media

A mamma abbiamo raccontato la verità tempo dopo, un po’ per volta. Come ci ho messo tempo per tornare allo stadio. A scuola tutti mi chiedevano, io non riuscivo a parlarne. Cercavo di rimuovere. Poi l’anno dopo, per l’esame di terza media c’era un tema: “Raccontate un episodio della vostra vita che vi ha colpito”. Fu l’occasione per liberarmi. Scrissi 13 pagine, fitte. La professoressa telefonò a casa per farmi i complimenti: “Non posso darvi il tema, ma lo terrò come esempio” disse ai miei genitori. Mi diede un bel voto. E venimmo a Torino. Volpiano per l’esattezza.

Giocavo nelle giovanili del Torrazza Piemonte. L’allenatore era Giuseppe Forte, il padre del vostro Camillo. In porta c’era Luca, suo fratello. Ero un difensore. Stopper. Ho giocato fino in Prima categoria, nell’Ivrea. E nel frattempo sono tornato allo stadio. Ero troppo tifoso, Platini il mio idolo. Prima al Combi, per gli allenamenti. A caccia di autografi. Li ho tutti. Poi sono andato alle partite. Quelle più tranquille. Ai derby mai, quelli no. Al Delle Alpi sono andato per Italia 90. Comprai l’abbonamento. Vidi tutte le partite tranne una, la semifinale: c’era l’Inghilterra, contro la Germania per di più. Troppa paura, troppi ricordi. Regalai il biglietto. Dal giorno dell’Heysel non ho più visto una squadra inglese dal vivo. Capitai in un bar del centro per Juve-Manchester di Champions, quella del gol di Inzaghi. Ricordo le stesse scene di allora. Chiesi al barista perché vendesse alcoolici che erano vietati. Mi rispose: “Provaci tu a non darli a questi qui...”»

Sono passati trent’anni, vorrei chiudere il cerchio, finire bene questa storia anche se i ricordi non potrò mai cancellarli del tutto. Vorrei andare a Berlino. Se fosse andato in finale il Bayern no, non mi sarei fidato. Con il Barcellona invece mi sentirei sicuro. Sono a caccia di un biglietto».

Un altro da collezionare, infilare nella scatola che papà Gianfranco gli ha nascosto per anni. C’erano dentro i due tagliandi della Curva Z dell’Heysel e i ritagli di giornale che ci sta mostrando.

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A tragédia que

mudou o futebol

OS 30 ANOS DO DRAMA DE HEYSEL

por GONÇALO JUNIOR & JAMIL CHADE (O ESTADO DE S. PAULO.com 24-05-2015)

Os reflexos de Heysel no futebol

A batalha do Pacaembu foi um marco no Brasil

Platini alerta para um "novo Heysel"

Os bastidores da tragédia

 

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Juventus start to acknowledge 39

victims of Heysel after 30 years

Despite 39 Juventus fans dying at the Heysel Stadium in the 1985 European Cup final

against Liverpool, it has taken 30 years for the club to come to terms with it

by OWEN GIBSON (THE GUARDIAN.com 28-05-2015)

“Nobody really dies if they live for ever in the hearts of those who remain.” After too many years when the subject appeared taboo, after three decades the message on a banner held aloft by Juventus supporters before their final home game of the season against Napoli stood as tribute to the 39 fans killed at Heysel Stadium on May 29 1985.

In the 39th minute, fans in the Curva Sud held aloft placards bearing the names of the 32 victims from Italy, four from Belgium, two from France and one from Northern Ireland who died when a wall collapsed following a charge by Liverpool supporters.

The 39 died on a night later dubbed “the darkest hour in the history of Uefa competition” by European football’s governing body, who like Liverpool’s fans and the Belgian authorities came in for deserved criticism in the days, weeks, months and years that followed.

Simone Stenti, one of those who escaped the horror of Sector Z that night in Brussels, has a dream before next week’s Champions League final, when Juventus will take on Barcelona.

He wants Gianluigi Buffon to hoist the Champions League trophy on June 6 – still the same “big ears” design that the Juventus players triumphantly paraded around a decrepit stadium in which those people had died hours earlier – and make amends for what many of those there on the day and the families of those who never came home believe was for far too long a shameful unwillingness by the club to pay proper tribute.

“Is it destiny’s draw? I don’t know, but I have a dream. That it will be Buffon who lifts the cup and dedicates it to 39 angels. It could be the symbolic sign which everybody wants, also the victims’ families,” says Stenti, who escaped to safety with his father through a gap in a barbed wire fence under a hail of stones, bottles and concrete as Liverpool fans charged and the paltry numbers of police on duty lost any control in a stadium patently, tragically unfit for purpose.

The tense relationship between the families of the victims and the club shifted when Andrea Agnelli, who was nine at the time of the disaster, became Juventus president and the club began to recognise the need to better acknowledge what happened at Heysel.

Andrea Lorentini, whose doctor father Roberto was killed at Heysel as he tried to help others and whose grandfather, Otello, led a draining, debilitating legal battle against the authorities, has spoken of his hopes that the shift would lead to a relationship where the club “no longer consider Heysel taboo but a piece of its history”.

A memorial featuring 39 stars was prominently placed at the new Juventus stadium and a mass will take place in Turin on the anniversary of the disaster, attended by the current team, former players, club representatives and families of the victims.

Ian Rush, who played for both sides, will represent Liverpool along with other senior officials. There will be further ceremonies at the modest memorial on Anfield’s Centenary Stand and in Brussels.

Many believe it is only thanks to the tireless efforts of the association for the families of the victims to persuade, cajole and shame the authorities into action that the anniversary is now recognised at all by officialdom.

Amid the grief of their loss, the families of the victims and the 600 injured saw Juventus parade the trophy after the match, which they won 1-0, and return home triumphant the following day.

Francesco Caremani, whose book Heysel, The Truth is the only account of the horror that is approved by the Association for the Families of Heysel Victims, is less sentimental about the fact Juventus have reached another European Cup final 30 years on from the disaster.

“Juventus tried immediately to forget Heysel, this is a fact. Doing so left the victims’ families to fight all the battles alone,” he says.

“Many say it is fate that has brought Juventus in the Champions League final on the 30th anniversary of the Heysel massacre, but everyone forgets that Heysel was a tragic event and not a sporting event. They are two separate things. Thoughts gone, dead remain.”

He is equally scathing about the role of Uefa, whose president, Michel Platini, scored Juventus’s winning goal from the penalty spot that night, and earlier this year drew a link between his own experiences and a new warning over what he saw as the rise of a new wave of ugly hooliganism and nationalism across Europe.

“Uefa had to accept the ruling, but has always denied its responsibility and in all these years has never committed to commemorate the victims of Heysel,” says Caremani.

Stenti has called Heysel that night a “kind of hell”. As ever in such extreme and desperately chaotic circumstances, there are as many versions of the truth of what happened that grim night – beamed into tens of millions of living rooms across Europe as viewers watched panic-stricken fans killed in prime time – as there were those present.

Officials from both clubs had already pleaded with Uefa not to stage the game at the unsafe and poorly policed stadium. Tickets went unchecked and fans walked in and out of the stadium with impunity, some reporting huge gaps in the breeze block walls.

Peter Hooton, the editor of the Liverpool fanzine The End, who later became better known as the lead singer of The Farm, was standing on the opposite side of the terrace to Sector Z. Like many others who were there, he still possesses an intact match ticket.

“That ground was a disgrace. It was a criminal act to have it there. The ground was crumbling underfoot,” he says. On the day of the game he met up with Mauro Garino, a Juventus fan with whom he co-operated in the wake of the disaster to organise a “peace trip” to Liverpool in August, three months after the disaster. Despite the tension between the two sets of fans, a delegation of Liverpool fans made the return trip in 1987.

“The wound is still open and it is still great, but I think that the tragedies of Heysel and Hillsborough could and should merge these two sets of fans,” says Garino, who was present at both disasters, highlighting the way in which they are still used in vile chants by rival fans.

“Obviously this would only be possible if the leaders of the Kop did a make significant step towards the families of the victims, to the leaders of the fans and to the club Juventus.” Hooton says there is a feeling among the fans of Liverpool and Juventus that neither has done enough down the years to properly remember Heysel.

Juventus, now committed to properly honouring the 39 victims, have appealed for the 30th anniversary to become a moment for rival Italian fans to reflect on the pain caused by using the disaster as fodder for terrace abuse.

“For too many years these 39 victims have been subject to scorn with the sole aim of attacking the black and white colours,” said the club in a statement. “This is a vile action that has no place in any stadium or sporting debate. This anniversary should also serve as a period of reflection, ensuring that such behaviour is not repeated.”

Following a season in which violence has gripped the Italian game, Stenti also lambasts the use of Heysel by Fiorentina or Napoli fans in distasteful chants but says there is also a deeper lack of understanding among younger fans about the disaster and how it happened.

“The new generations almost don’t know what happened. I often present books about the Heysel tragedy and I verify that the ignorance of the facts is really common among an audience under 30,” he says.

“Someone thinks that all happened because a wall fell down, without knowing why. The tragedy was not swept under the carpet, but under the floor.”

Amid the blame rightly apportioned to the Liverpool fans who rampaged through a chicken wire fence towards the mainly Juventus fans in Sector Z, a supposedly “neutral zone” for which tickets had mainly gone to Italians, the Belgian authorities and Uefa were also heavily criticised.

Many have identified Heysel and the European ban that followed as a watershed moment for the English game, although Caremani laments the fact that it took Hillsborough four years later to bring forth the Taylor report and subsequent changes to the unsanitary, unsafe conditions in which fans watched the game.

Others, including the respected Italian journalist Roberto Beccantini, have lamented the fact that Italian football has not followed suit.

“The heartbreaking irony is that the Brussels disaster was more useful for the English than it was for us, more to the advantage of the aggressors than those targeted, of more benefit to the perpetrators than the victims,” he wrote.

“Every time an accident occurs there is a lot of talk about the ‘English model’ and its laws: harsh, strict, prompt. On the contrary we, the Italians, have understood very little.”

Michel D’Hooghe, the Fifa executive committee member who became president of the Belgian FA in 1987, was at the time a deputy in the organisation and was responsible for receiving dignitaries from Liverpool and Juventus before the game.

“I will never forget it. It was an absolutely shocking, dramatic event for everybody. It was the start of a completely new vision about security and it had great political impact so this could never happen again. It was never the same again,” he says.

D’Hooghe admits that the Belgian authorities lacked experience. “We didn’t have experience of such a big match. We had experience on a much smaller scale,” he says. “It was only later we were able to look at who was responsible. And when it comes to responsibility, no one is first in line.”

The action taken by Otello Lorentini, whose grandson Andrea continues to lead the association for the victims’ families, helped establish culpability among those responsible and 14 Liverpool fans were also individually found guilty of involuntary manslaughter following trials in Belgium.

For Stenti, it is time that the focus came back to the victims as individual people – their stories, their heroism – and the loss of those they left behind.

“Today they are still Juventus’s victims. Until they are recognised as civil heroes we are far from closing the chapter. I mean, 39 innocent people are dead and nobody knows even their names. Some of them, such as Roberto Lorentini, were real heroes but nobody celebrates them,” he says.

“The responsibilities – Uefa’s, the Belgian institution’s, the Brussels administration – are clear. Above all, the responsibility of the hooligans is clear. But after 30 years it is time to come back to the victims.”

Heysel tragedy: ‘I have a box of prints

from that night. They are my ghosts’

Thirty years ago I went to Brussels to cover the European Cup final between Liverpool and

Juventus for the Observer but I quickly went from sports photographer to news photographer

by EAMONN McCABE (THE GUARDIAN.com 28-05-2015)

Heysel-stadium-disaster-007.jpg

I have a battered box of prints at home that I haven’t looked at for the last five years, not since the last major anniversary. It contains some of the worst memories of my photographic career. I took the pictures in the box, but I hope no one ever gets to see them. They are my ghosts, and I like to keep them hidden.

At every major anniversary of the Heysel stadium disaster, magazines and TV companies have asked to look at them and then thankfully decided not to use them. It is an odd position for a photographer to be in but I’m glad they have stayed in the box.

Although it is 30 years since that May night in Brussels, the memories are still vivid of an evening that went from being a dream assignment to a nightmare. And I went from being a sports photographer to a news photographer, in the course of 90 minutes, or less.

It is hard to imagine in this age of 24/7 European football on TV how exciting the prospect of covering the European Cup final for the Observer in Belgium was. I was really looking forward to photographing the flamboyant Juventus fans with their huge flags and crazy black and white costumes, illuminated by their fireworks and flares and the floodlights. It was all so dramatic. But in the end we hardly got to see them.

I spent the half an hour before the game was supposed to start among this colourful Italian chaos, enjoying every second without a hint of what was to come.

I kept an eye on the Liverpool fans at the other end but all seemed calm and I thought I would stay where I was until kick-off. Naturally I would have photographed Liverpool on the attack in the first half and I was ready to change ends if I had to. But this was great fun and making some wonderful pictures.

And then, suddenly, it all kicked off. I noticed a red wave running from a side of the terracing at one end of the ground to the other. Many of the fans of both sides had been drinking all afternoon but the mood seemed good and there was no hint of what was to come.

I have covered hundreds of games of football and these skirmishes thankfully usually peter out – but not this one. I was in Brussels for the paper and thought I’d better get down there – you never know what might happen.

As well as my long lenses for the game I was carrying a small compact camera around my neck, which was intended to photograph the winning team running around with the huge European trophy at the end of the game.

Just as I got to the other end of the ancient gladiatorial stadium, the wall holding some Juventus fans broke right above me. I got two quick shots with my little camera before getting out of the way, while these fans escaped on to the pitch.

This is the photograph that the Observer used a few days after the tragic events of the 29th of May 1985 and the one you can see at the top of this article.

Minutes later Juventus fans were trodden to death by their fellow supporters when they realised they could not get out by running up to the back of the stand, as it was a sheer drop. The best way out for was to run down the steps and in the panic many died on the terracing.

I could tell pretty quickly that many people had died and I rushed to where the press were in a strange press box, overhanging the pitch. They couldn’t see the corner were the wall had broken and probably couldn’t tell how serious it was for a long while.

In the gloom of the box I spotted Brian Glanville of the Sunday Times and indicated with three sets of 10 fingers and a rather dramatic drawing of my finger across my throat that at least 30 people had died.

Reading this now you know that 39 people died at Heysel but when I took my first shots I did not know what the story was and what huge consequences it was to have on football in Europe.

I was in a daze of adrenaline and fear and found myself shooting dead bodies on the pitch and on improvised stretchers made out of barriers which also carried the wounded to ambulances.

The sounds of screaming were horrendous. I’ll never forget one Juventus fan standing among hundreds of shoes that had been dragged off in the chaos, he was looking in vain for his friend shouting: “Mario, Mario”. I did shoot photographs of people dead and dying, not realising at the time they were too strong for any newspaper to use.

I know the photographers covering Heysel, the Bradford fire and Hillsborough came in for a lot of criticism for taking pictures at these terrible events but we are sent to cover these games and sadly they sometimes end in tragedy and the responsibility is on us to try to tell the truth with our pictures, especially when we are abroad. Brussels was a long way from London in 1985 – long before Eurostar and mobile phones.

The authorities chose to play the match which seemed to go by in an instant, in case there was more trouble on the streets around the ground with angry fans seeking revenge. I never processed the film from the game itself – it seemed so pointless.

Eamonn McCabe was the picture editor of the Guardian 1988-2001 and won the News Photographer of the Year for his work at Heysel in 1985

 

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Le Heysel, trente ans d’ombres noires sur le football

Le 29 mai 1985, l’Europe assiste médusée au spectacle du hooliganisme alors qu’elle attend

une finale de rêve. 39 personnes mourront sur les tribunes, couvrant la Belgique de honte.

par JEAN-FRANÇOIS LAUWENS (LE SOIR 29-05-2015)

Ce 29 mai 1985, il faisait très beau et très chaud sur Bruxelles. La capitale s’apprêtait à vivre une de ces grandes soirées qui font la magie du football. Le stade du Heysel allait accueillir la finale rêvée de la Coupe d’Europe des clubs champions (on ne disait pas encore Ligue des Champions) : Liverpool, tenant du titre et vainqueur de quatre des dernières éditions, s’apprêtait à affronter la Juventus Turin, qui n’avait jamais conquis la coupe aux grandes oreilles, mais y aspirait fortement depuis qu’elle était littéralement sublimée par Michel Platini.

Tout devait être beau et grand ce mercredi-là. Mais il était dit que cette année 1985 devait être maudite pour la Belgique, que notre pays en sortirait avec la gueule de bois, après avoir vécu des attentats attribués aux CCC (Cellules communistes combattantes), les plus abominables forfaits du palmarès des tueries du Brabant et, pour couronner le tout, être devenue la honte de l’Europe ce soir-là.

Jusque-là pourtant, une grande histoire d’amour liait le stade du Centenaire et les compétitions européennes : en 1958, au pied d’un Atomium flambant neuf, le Real Madrid y remportait son troisième titre devant le Milan AC et 67.000 personnes ; en 72, il avait accueilli la finale de l’Euro ; en 66 et en 74, deux autres finales de la Coupe des champions ; en 1976, Anderlecht y avait remporté son premier trophée européen. Vint le 29 mai 1985 et Bruxelles devint, peut-être plus encore que Liverpool, la pestiférée du football européen.

Les supporters anglais avaient passé leur journée à boire dans Bruxelles et les tifosis de la « Vieille Dame » n’avaient sans doute pas été avares en provocations. Mais rien ne justifiera jamais ces images que l’on découvrit en direct dans le « Journal télévisé » de Jean-Jacques Jespers sur la RTBF alors que le commentateur de la chaîne sur place, Arsène Vaillant, racontait, déconfit, qu’il y avait eu des charges anglaises et que la rumeur courait qu’il y aurait même des morts.

En fait de morts, on en dénombrera 39 dans le désormais funeste bloc Z où, ce vendredi, les ambassadeurs du Royaume-Uni et d’Italie déposeront une gerbe devant la stèle rappelant le nom des 39 victimes de la catastrophe bruxelloise.

Le FC Liverpool mit longtemps à reconnaître sa part de responsabilité (lui qui perdra près de cent supporters dans une autre catastrophe, à Sheffield, quatre ans plus tard), la Juventus Turin elle-même avait décidé d’oublier son premier sacre européen. Car, alors que les secouristes comptaient les morts, l’UEFA décidait de tout de même jouer cette finale. Heureusement (?), par hasard (?), un penalty bien échu mais pas vraiment justifié tomba à pic pour permettre aux « Bianconeri » de conquérir le titre européen. Michel Platini, auteur du penalty victorieux et aujourd’hui président de l’UEFA, affirma longtemps ignorer à ce moment le décompte funèbre qui se jouait hors du stade. La plupart des supporters présents dans le stade ignoraient alors (eh oui ! il n’y avait ni GSM ni internet) l’ampleur de la tragédie à laquelle ils avaient pourtant assisté, aux premières loges.

Les services d’ordre belges avaient été totalement débordés, le bloc Z, voisin des fans de Liverpool, n’aurait pas dû être garni de supporters italiens mais de spectateurs neutres. Bref, les organisateurs, l’UEFA, l’Union belge de football, la Ville de Bruxelles, la gendarmerie se retrouvèrent sur le banc des accusés. On ne parlait alors plus tellement de Liverpool (14 supporters anglais seront condamnés à de la prison en Belgique et les clubs anglais seront tout de même privés de compétitions européennes durant 5 ans, imaginez cela aujourd’hui !) ni de la Juventus.

Le gouvernement tombera quelques semaines plus tard, pas à cause de cela, mais le refus obstiné du ministre de l’Intérieur, Charles-Ferdinand Nothomb (PSC), de démissionner n’avait pas facilité les choses. Il estimait ne pas être responsable car la gendarmerie avait, selon lui, prévu « ce qui était prévisible » et fait ce qu’elle avait à faire.

Le Heysel eut au moins ce mérite de faire prendre des mesures contre la violence dans les stades. Mais il était déjà trop tard.

 

l’expert « Les hooligans sont moins visibles »

par JEAN-FRANÇOIS LAUWENS (LE SOIR 29-05-2015)

Dominique Bodin est spécialiste des violences spécialement dans le sport et a écrit le « Que sais-je ? » (PUF) sur le hooliganisme. Il est professeur à l’université de Rennes-2 et expert auprès de l’UEFA.

Qu’a changé le Heysel ?

Ce qu’il a changé déjà, c’est la législation dans une majorité de pays. Jusque-là, le football n’était absolument pas réglementé au niveau de la sécurisation des stades et de leurs abords, il n’y avait aucune législation, nulle part. Dès juillet 1985, le Conseil de l’Europe adopte un ensemble de mesures qui préfigurent les lois nationales : le contrôle de la billetterie, de l’alcool, les stewards, la séparation des supporters… Tout y est déjà écrit. Chaque pays devra transformer cela en loi. Sur le fond, plus le contrôle social – les mesures répressives, le filtrage, la reconnaissance, la vidéosurveillance, la séparation dans les stades etc. – est performant, plus le hooliganisme « s’améliore ». Les contrôles sont plus pointus, les hooligans aussi. C’est une déviance comme une autre.

Il y a évidemment régulièrement des problèmes dans le derby de Rome, de la part des ultras du PSG, des dérapages de la part de noyaux durs en Belgique et en Hollande mais on en parle moins.

Les hooligans sont-ils moins nombreux qu’en 1985 ou juste moins visibles ?

On les voit moins car les mesures de sécurité sont telles qu’ils sont devenus « casuals », ils sont moins reconnaissables ou identifiables mais j’aurais alors tendance à dire qu’ils n’en sont que plus dangereux. Il ne faut pas confondre cela avec les « fights », ces rendez-vous que se fixent des groupes rivaux pour se battre. On a tendance à dire que ces gens n’aiment pas le football et ne cherchent que la bagarre. Ce n’est pas si simple, le « fan coaching » l’a prouvé chez vous en Belgique : tout cela reste généré par le football. Le monde du football a tendance à penser que les violents sont extérieurs au football, mais ce n’est pas vrai : ce sont des jeunes supporters, ce sont des passionnés de football qui ont des comportements violents amplifiés également par d’autres facteurs, économiques ou politiques notamment.

Avec de tels agissements, les hooligans ont quitté les stades ?

En partie en Europe occidentale, oui, car les mesures de sécurité y sont de plus en plus efficaces et que les stades sont de mieux en mieux conçus. Mais, comme les concerts, est-ce que le sport ne doit pas être un exutoire dans la société ? Aujourd’hui, on veut que les stades soient totalement pacifiés ou aseptisés. C’est un problème car on ne sait pas exactement où mettre le curseur de l’inacceptable. La société interdit à peu près tout aux gens à l’image de ce qui se fait en Angleterre : on augmente le prix des billets, comme ça les gens qui viennent au foot ne sont pas des violents. Mais le problème se reporte alors sur les 2e et 3e divisions. Et dans les anciens pays de l’Est, où il n’y a pas ces mesures ni de stades modernes, il y a des violences dans les stades ou autour. En Croatie par exemple, il y a des tribunes en bois ou à flanc de falaise.

Lors du Heysel, le mur de Berlin était debout, l’URSS veillait, la Yougoslavie était une. Or, aujourd’hui, c’est dans ces pays ultranationalistes (Serbie, Croatie, Ukraine, Russie, Pologne) que l’on a les pires hooligans. Certains considèrent même les affrontements de Dinamo Zagreb – Etoile rouge Belgrade en 1990 comme le début de la guerre en Yougoslavie.

On se retrouve dans les pays de l’Est dans la situation suivante : des pays qui « se démocratisent », de nouvelles libertés qui apparaissent, beaucoup d’espoirs et, dans la plupart des cas, cela s’accompagne vite de déceptions, de très grandes inégalités entre très riches et très pauvres. Et il y a la résurgence de nationalismes, le plus souvent d’extrême droite, mais, même si cela semble difficile à comprendre, basés sur une nostalgie des régimes communistes d’autrefois. Il y avait un groupe d’extrême droite ultranationaliste autour du club d’Obilic, à Belgrade, qui est devenu la milice paramilitaire que l’on appelait les « Tigres d’Arkan » (NDLR : criminel de guerre serbe). Le football, c’est le sport le plus simple, celui dont on parle, qui existe partout, c’est donc forcément celui qui attire le plus de jeunes. Comme dans les pays occidentaux, on a des jeunes qui ont des problèmes de construction individuelle, des soucis avec leurs parents. Ils sont dans des collectifs qui se construisent en se mesurant à d’autres. Au-dessus de cela, s’ajoutent les difficultés sociales et économiques sur lesquelles s’ancrent des idéologies extrémistes et cela fait un mélange qui devient explosif quand ces groupes sont instrumentalisés par des partis politiques.

 

le témoin « Faire jouer le match est la seule

bonne décision qui a été prise ce soir-là… »

par PHILIPPE VANDE WEYER (LE SOIR 29-05-2015)

Son livre sur la tragédie du Heysel, sorti initialement en 2003, et considéré comme l’un des documents les plus complets sur le drame, avec une foule de témoignages et l’analyse de nombreux documents, vient d’être traduit en anglais. Francesco Caremani, journaliste italien indépendant basé à Arezzo et proche de la famille Lorentini, dont le patriarche, Otello, qui a perdu son fils Roberto à Bruxelles ce 29 mai 1985, a fondé l’Association des victimes du Heysel, connaît forcément le dossier par coeur après avoir rencontré une multitude de protagonistes, essentiellement italiens. Trente ans après, il revient sur ce Juventus-Liverpool et sur ses conséquences.

Francesco Caremani, pourquoi cette traduction sort-elle seulement aujourd’hui, douze ans après le livre original ?

C’est le choix de mon éditeur, qui a voulu le faire à l’occasion du 30e anniversaire. Mais j’ai aussi insisté pour qu’il soit traduit parce que, pendant toutes ces années, les Européens et les Anglais en particulier n’ont jamais été confrontés à la vérité concernant le Heysel. Ils continuent par exemple à dire que les Italiens ont provoqué les hooligans, ce qui n’est pas vrai quand on examine les conclusions du procès.

Si vous avez écrit ce livre, c’est aussi en raison de votre proximité avec la famille Lorentini, dont le fils Roberto est mort sur les gradins du Heysel et le père Otello a fondé l’Association des victimes du drame du Heysel…

Je les connais très bien, effectivement. A l’époque, Roberto était un jeune médecin et un ami de la famille. C’était un collègue de mon père, qui est également médecin. En 1985, j’avais 15 ans et je souhaitais vraiment assister au match et si j’y avais été, je serais sans doute parti avec les Lorentini. Je n’y suis finalement pas allé parce que j’avais eu des mauvaises notes en latin à l’école…

Est-ce que vous diriez aujourd’hui que ces mauvaises notes vous ont sauvé la vie ?

Je ne sais pas. Quand les violences ont commencé, la famille Lorentini, le père, le fils et deux cousins étaient sains et saufs après la première vague d’assaut des supporters de Liverpool. Si Roberto est mort, c’est parce qu’il a vu un jeune enfant en difficulté et qu’il est allé lui faire du bouche-à-bouche. C’est là qu’il a été emporté par la deuxième vague.

Vous avez vu le match à la télé. De quoi vous souvenez-vous ?

Je me souviens très bien avoir vu les incidents. Comme j’étais chez un ami, ma mère m’a téléphoné pour me dire que Roberto était blessé… ce qui n’était pas vrai. Otello avait téléphoné chez lui et avait dit la même chose à sa femme et à sa belle-fille parce qu’il ne savait pas à ce moment où il était. J’ai regardé le match, mais sans vraiment m’y intéresser parce que je ne pensais qu’aux incidents. C’est à mon réveil que ma mère m’a prévenu de la mort de Roberto, juste avant que je ne parte à l’école.

Pendant le match, vous ne saviez pas qu’il y avait 39 morts ?

Bruno Pizzul, le journaliste de la RAI, avait parlé des troubles et de morts, mais sans en donner le nombre exact. Quelqu’un a même parlé de 80 morts. Mais nous ne savions pas.

Dans votre livre, vous dites que l’Italie est le pays qui a le plus oublié le Heysel…

Pendant longtemps, je crois que toute l’Europe a oublié. La Juventus a oublié. Liverpool a oublié, en refusant d’admettre la responsabilité de ses hooligans. L’UEFA a aussi oublié. Pourtant, les responsabilités ont été bien déterminées : l’UEFA, la Belgique pour son manque d’organisation, les hooligans. Bien sûr, les clubs ne sont pas responsables des morts, mais ils n’ont pas eu un comportement exemplaire à l’époque. Le drame du Heysel est une tragédie italienne, pas seulement une tragédie de la Juventus. Mais comme celleci ne faisait rien, toutes les autres institutions se disaient : « Pourquoi nous ? »

Faut-il laisser la ligne du palmarès blanche cette année-là et effacer le nom de la Juventus ?

C’est difficile de faire ça aujourd’hui, 30 ans après les faits. Si on l’avait fait à l’époque, cela aurait été un geste très fort. La Juve ne pouvait pas décider seule de rendre la Coupe à l’UEFA. C’est celle-ci qui aurait dû le faire, en concertation avec les deux clubs. Quand 39 personnes décèdent, on ne peut pas parler d’un match, d’une compétition sportive. Pour moi, la seule C1 remportée par la Juventus, c’est celle de 1996, face à l’Ajax (1-1, t.à.b. 4-2). En espérant qu’une autre suive cette année, même si ce sera très difficile contre Barcelone !

A-t-on eu raison de faire jouer le match en 1985 ?

Je le pense, oui. C’est d’ailleurs la seule bonne décision qui a été prise ce soir-là… La Juve, pourtant, voulait renoncer. Giampero Boniperti, le président de l’époque, ne voulait pas jouer. Mais l’UEFA et les autorités belges ont décidé de faire jouer le match pour une question d’ordre public. Ils étaient totalement désorganisés, il n’y avait pas suffisamment de policiers et de gendarmes et faire jouer le match leur donnait la possibilité de faire venir des militaires pour la fin de la rencontre.

Le problème, c’est qu’après la rencontre, les hooligans sont rentrés en Angleterre sans être arrêtés ou contrôlés. Du coup, au moment du procès, il n’y avait que 26 hooligans présents. Il y en avait beaucoup plus qui étaient responsables de la mort des 39 malheureux.

Ils sont rentrés en ne sachant pas, pour la plupart d’entre eux, qu’il y avait eu 39 morts…

Ça, c’est parce qu’ils étaient complètement ivres. Ils n’avaient pas leurs idées en place pour se rendre compte de ce qui s’était passé. Les autorités belges sont en grande partie responsables de la mort des 39 victimes, mais les responsables matériels sont les hooligans. En 2005, Terry Wilson, un ex-hooligan de Liverpool, est venu à Arezzo pour demander pardon à Otello Lorentini. Pourquoi s’excuser si on ne se sent pas responsable, pourquoi dire que les Italiens ont provoqué les Anglais ? Ce ne sont que des excuses. Ils sont responsables. En plus, quand tous les gens de la tribune Z ont été évacués, les hooligans sont venus vers les morts et ont fait des choses horribles, dont je n’ose pas parler.

A-t-on tiré des leçons de cette tragédie ?

Il a fallu du temps. Je dis toujours que le problème, c’est le manque de mémoire. Les Italiens le savent, parce que chez nous, beaucoup de gens sont morts dans et autour des stades de 1985 à aujourd’hui. Ils n’ont pas retenu leur leçon. Quant aux Anglais, ils ont essayé d’effacer la honte du Heysel en acceptant leur suspension des Coupes d’Europe sans broncher, mais sans assumer leurs responsabilités. Jusqu’à la tragédie d’Hillsborough, en 1989, qui a été très similaire à celle de Bruxelles : désorganisation, échec de la police, et des innocents qui meurent… Hillsborough, c’est le fils du Heysel. Les Anglais n’ont tiré les leçons qu’après cette nouvelle tragédie. Ce n’est qu’après qu’ils ont véritablement changé.

Est-ce que les gens sont morts pour rien au Heysel ?

Oui, ils sont morts pour rien. Dans la vie, on peut mourir de beaucoup de choses, mais pour moi, il est inacceptable de mourir pour un match de football. Mais il y a quand même eu des conséquences importantes après le procès. L’UEFA est ainsi devenue responsable de ses manifestations ; avant le Heysel, elle ne l’était pas. Si vous regardez les billets de l’époque, il était spécifié que les organisateurs s’exonéraient de toute responsabilité en cas d’incident ! Cette phrase a changé le football mondial en matière de sécurité dans les stades. Grâce à l’Association des victimes et à ses avocats.

Que penser de l’attitude de Michel Platini, qui n’est jamais revenu au Heysel ?

La manière dont Platini a fêté le but qu’il a inscrit sur penalty avait quelque chose de honteux. Quand il est devenu président de l’UEFA, il a complètement oublié le Heysel. D’ailleurs, l’UEFA ne veut plus trop en parler, ne veut pas se souvenir. Pourtant, elle continue à avoir des problèmes. Lors de l’Euro 2012, en Pologne et en Ukraine, il y a eu beaucoup d’incidents. L’UEFA n’est pas prête pour le nouveau hooliganisme, ce qui est très dangereux. Elle ne parle que de fairplay financier.

C’est quoi le nouveau hooliganisme ?

Un hooliganisme raciste, qui sévit surtout en Europe de l’Est. Mais il est également présent en Angleterre. Nous ne voyons que la Premier League, où tout est sous contrôle, mais dans les divisions inférieures, il y a des incidents avec une nouvelle génération de hooligans. En Italie aussi, il y a des problèmes, mais il y a une différence essentielle : il y a désormais des bonnes relations entre les clubs et les ultras. Auparavant, les ultras faisaient chanter les clubs, désormais c’est moins le cas.

 

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La testimonianza Lorentini, figlio di una vittima

“La Juve ha ancora paura della strage”

LE COLPE DELL’UEFA La società teme Platini, il presidente che allora esultò.

Come mi hanno raccontato giornalisti che lo conoscono bene, non gradisce che si parli dell’Heysel, mai

di ANDREA SCANZI (IL FATTO QUOTIDIANO 29-05-2015)

La sintesi è semplice: per 25 anni la Juventus non ha fatto nulla, e negli ultimi cinque abbiamo ottenuto due messe e un angolo nel museo del nuovo stadio dedicato alle vittime dell’Heysel. Un po’ poco”.

Andrea Lorentini ha 33 anni, uno in più di quelli che aveva il padre Roberto quando morì trent’anni fa all’Heysel, prima della finale di Coppa Campioni Juventus-Liverpool, 29 maggio 1985. “Io avevo tre anni, mio fratello un anno e mezzo. Mio padre era medico. Settore Z, quello famigerato, quello del muro crollato. Era riuscito a uscire dallo stadio e a mettersi in salvo. Poi, una volta fuori, ha visto un ragazzo a terra ferito ed è rientrato dentro lo stadio per soccorrerlo. Mentre gli stava facendo la respirazione bocca a bocca, è stato travolto da una seconda ondata di persone. Non si è più rialzato”. Dallo scorso gennaio Andrea, giornalista aretino, ha ricostituito l’Associazione familiari vittime dell’Heysel.

NE HA EREDITATO la guida che era stata del nonno paterno Otello, scomparso un anno fa. “Mio nonno ha dedicato larga parte della sua vita a dare giustizia a mio padre e alle vittime, seguendo all’estero per sei anni e mezzo il processo che ha portato alla condanna dell’Uefa”. A gennaio Lorentini scrive ad Andrea Agnelli. Il presidente risponde con una email, lo invita in sede. L’incontro dura un’ora e sembra andare tutto bene. “Per la prima volta la Juventus ascoltava i familiari delle vittime dell’Heysel. Con Boniperti non era mai successo, il nulla assoluto. Lo stesso con la Triade. Con Agnelli avevamo pianificato due cose per il trentennale: una messa e qualcosa che sancisse una memoria finalmente condivisa. Un monologo, da recitare allo Juventus Stadium, partendo da una lettera scritta da Domenico Laudadio, membro della nostra associazione”. La messa stasera ci sarà (ore 19.30), il monologo no. “Credevamo che Agnelli e questa Juve fossero pronti. Invece, non appena abbiamo alzato l’asticella, si sono defilati”. Il nervo scoperto resta ancora il ruolo dell’Uefa. “La Juve voleva addebitare ogni colpa agli hooligan, ma è un falso storico. La polizia belga sbagliò tutto, c’erano solo quattro poliziotti a controllare gli spalti e l’esercito arrivò a strage già avvenuta. Ancora più colpevole fu l’Uefa, che permise che il Settore Z (destinato ai tifosi neutrali) fosse concesso agli italiani e che scelse uno stadio fatiscente. Optò per l’Heysel di Bruxelles perché era il più grande in Belgio. L’80% dell’incasso andava all’Uefa, che non aveva alcuna responsabilità sugli eventi da lei organizzata. È cambiato tutto solo con la sentenza del 1991, che ha ritenuto l’Uefa corresponsabile del disastro”. Perché, nel 2015, la Juve sarebbe ancora così omertosa? “Per Boniperti quella fu una vera vittoria sportiva. Se racconti interamente la storia, offuschi i ‘meriti’ di società e squadra. Non dimentico, e la cosa continua a farmi male, che tanti calciatori esultarono dopo la partita e addirittura il giorno dopo scendendo dall’aereo. Con Agnelli poco è cambiato”. C’è dell’altro. “Ricordare le responsabilità dell’Uefa significherebbe disturbare il manovratore.

ECCO PERCHÉ anche le altre società e gran parte dei giornalisti hanno fatto pochissimo. C’è un’ignoranza incredibile attorno all’Heysel. Lo capisci anche dai cori vergognosi che ancora oggi si levano negli stadi. Insultano “39 juventini morti” senza neanche sapere che non tutte le vittime erano italiane e che, pure tra i connazionali, non tutti erano juventini. Sono morti anche tre interisti, per dire. E poi c’è Platini”. All’Heysel fu tra i più esultanti. Oggi è presidente Uefa. “La Juve non vuole urtarlo. Come mi hanno raccontato giornalisti che lo conoscono bene, Platini non gradisce che si parli di Heysel. In alcun modo”. Niente monologo, dunque. “La versione propostaci dalla Juventus era troppo edulcorata e non abbiamo dato l’avallo. A noi interessa la storia senza censure, quella che racconto nelle scuole”. Oggi, però, a Torino (ore 15.30, Consiglio regionale) ci sarà comunque un evento organizzato dall’Associazione Vittime. “Riprenderemo anche un piccolo passaggio del monologo. Poi un dibattito, la messa e alle 22.30 parteciperò allo speciale Heysel su Rai Sport. Meglio di niente, ma l’amarezza resta. Speravamo, con Agnelli, di aprire una pagina nuova. Non è stato così”.

 

IL RICORDO La notte che Andrea morì con papà

di STEFANO CASELLI (IL FATTO QUOTIDIANO 29-05-2015)

“Ci sono dei morti”. Chi è – o è stato – appassionato di calcio e ha almeno 40 anni o giù di lì, non potrà mai dimenticare quelle parole. Le pronunciò Bruno Pizzul, poco prima delle 20, dopo una lunga pausa, con la sua inconfondibile voce graffiata da qualche Marlboro di troppo. Le pronunciò in diretta, su Raiuno, dal gabbiotto dello stadio Heysel di Bruxelles la sera del 29 maggio 1985 a milioni di italiani. E la notte si gelò. Poi i morti li vedemmo, per giorni e giorni, in tv e sui giornali. Allora i media erano meno attenti a non mostrare e pubblicare immagini “sensibili”. Vedemmo quei morti e per noi che cominciavamo ad amare il calcio in quei meravigliosi (calcisticamente parlando) primi Anni 80 fu la rottura di una magia, un opprimente sipario nero calato sul palco di emozioni che sapevano regalarti solo l’ingresso allo stadio lungo scale di calcestruzzo mano nella mano col papà, la visione improvvisa di un prato verde e scintillante davanti a spalti sottili gremiti di gente in piedi, tra sciarpe e bandiere. Tante. Di qualunque colore fossero. Perfino l’odore del fumo delle sigarette – anche se sei ormai adulto e fumatore – può riportarti con prepotenza a quei pomeriggi di festa. L’assassinio della magia è il tema portante di Quella notte all’Heysel, di Emilio Targia, uno dei numerosi libri usciti in questi giorni per celebrare il triste anniversario dei 39 morti del Settore Z. Emilio, giornalista di Radio Radicale, quella notte c’era. E per puro caso (grazie alla spasmodica ricerca dei biglietti riuscì a procurarsene due per due distinti settori dello stadio) non entrò nel settore Z. Scelse la curva opposta, quella del tifo “caldo” juventino.

Prima, il racconto della magia che va a morire. La semifinale vista in tv, l’attesa per il 29 maggio, la ricerca dei biglietti, la partenza da Roma con l’amico Giampiero, i dialetti di tutta Italia su quel treno per Bruxelles, la città, il cammino verso lo stadio e l’i ngresso, il prato verde, il tramonto, il mare delle bandiere, il vibrare dei cori. Tutto perfetto per “la più bella delle partite”.

POI L’INCREDIBILE. Che ancora oggi sembra difficile raccontare e immaginare. Dalla curva opposta a quella di Emilio un’onda rossa di hooligans, incredibilmente a diretto contatto con i tifosi della Juventus, attacca il settore Z. La gente fugge, impaurita, si accalca e spinge come una marea incontrollabile fino al vicolo cieco chiuso da un muretto fatiscente e da una cancellata arrugginita. Muro e cancello cadranno sotto il peso dei corpi. Chi non muore prima soffocato, morirà calpestato. Emilio vede tutto e ci riporta dentro quello stadio, trent’anni dopo. E poi fuori, a vagare per Bruxelles, prima a piedi, in silenzio, poi sulla macchina di un emigrato italiano (napoletano, ndt) che raccoglie lui e Giampiero nella notte e che, prima di offrire un telefono e un letto, comunica loro l’enormità: 39 morti. Quindi il ritorno all’Heysel, un mazzo di fiori sulle macerie sfidando la sicurezza, il viaggio di ritorno e le prime lacrime. In treno. Due giorni dopo. Di quelle 39 vite, Targia sceglie di raccontarne una sola, anzi due: Andrea Casula, 11 anni e suo padre Giovanni. Quella notte muoiono entrambi, Andrea abbracciato a papà che tenta disperatamente di difenderlo. Sarebbe bello che chi ancora oggi intona cori sull’Heysel si ricordasse del volto di un bambino di undici anni e del corpo di un padre che soffoca insieme a lui per tentare di salvarlo. Sarebbe bello, ma non accadrà.

 

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LA_GAZZETTA_DELLO_SPORT 29-05-2015

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LA NOTTE MALEDETTA

Heysel, la tragedia immane

che da 30 anni nutre gli idioti

Nella finale di Coppa Campioni morirono schiacciati dagli hooligans 39 tifosi della Juve

Da quel giorno gli ultrà delle curve ne insultano spesso la memoria nei loro beceri cori

SI GIOCÒ LO STESSO La Juve battè il Liverpool. L’arbitro sapeva dei morti, diede un rigore inesistente

PLATINI CHOCCATO Il trofeo fu posto davanti alla curva. Le Roi iniziò a pensare al ritiro

di TONY DAMASCELLI (IL GIORNALE 29-05-2015)

Pagine mille e mille racconti, mille le memorie, mille i fotogrammi. Tutti per una notte sola, quella notte maledetta che tutti vorremmo cancellare, come un incubo che ti segue e insegue e dal quale non riesci e non puoi liberarti. Perché il cimitero dell'Heysel non ha fiori, non ha tombe, non ha sepolcri ma resta un luogo che ha voluto cambiare il nome per la vergogna, nel tentativo vigliacco di fuggire alla verità. Lo hanno chiamato Baldovino, un re, pure lui scomparso ma otto anni dopo, per un colpo al cuore.

Il regno del Belgio, quella notte di maggio, non aveva castelli e fiabe ma soltanto un antro di voci urlanti e di lacrime, di strazio. Il football? Che cosa c'entrava e che cosa può c'entrare il gioco del pallone? Perché si può e si deve morire per una partita di calcio?

L'elenco dei morti, trentanove, è un colpo di frusta sul nostro corpo di vivi e sopravvissuti, Z è l'ultima lettera dell'alfabeto, fu l'ultimo respiro per quella macchia bianca e nera che aveva pagato cinquantamila lire un biglietto per stare in piedi, ammassato, compresso, in curva. Ma c'era la Juventus, c'era la finale, c'era il sogno di sempre e altre partite avevano visto le stesse immagini, come a Basilea l'anno primo, sempre una finale, di coppa delle coppe, sempre curve e gradinate di folla ma la sfida era contro il Porto. I portoghesi e non gli inglesi, nessun hooligano, nessuna lama di coltello o mazza di ferro a picchiare contro la speranza e la passione, soltanto il tifo, la gioia e la sofferenza.

Il paese piatto di Jacques Brel quella sera a Bruxelles era tragicamente vero e grigio, «où des diables en pierre décrochent des nuages», gli angeli in pietra presero a precipitare non dalle nuvole ma dal settore Y, era un branco di lupi decisi a vendicare le botte di Roma, buscate l'anno prima, negli scontri della finale contro la squadra di Falcao.

Accadde, dunque, quello che tutti non vorremmo più rivedere, rileggere, riascoltare, la morte arrivò e qualcuno ebbe anche il tempo e la sensazione di intuirla, di sentirne l'odore fetido, il suo colore buio, bambini e adulti, gente di ogni terra, mentre, improvviso, fu il fragore cupo di mattoni che si sbriciolavano e un muro che crollava, lo schianto di vite ormai disperate, soffocate. Uno, due, tre, aumenta la conta tremenda, aumentavano i corpi fermi, giacenti, senza respiro, gli occhi fuori dalle orbite, altri spenti. E sangue. Lo stadio intorno, la partita da giocare perché quelli dell'Uefa non avevano spazio, tempo, testa, cuore per capire, scegliere, decidere. L'alveare era ormai impazzito, poliziotti e medici, giornalisti e calciatori, gendarmi e cavalli, manganelli e infermieri, onde di un mare nerissimo.

Juventus e Liverpool giocarono infine la partita, segnò Michel Platini, su un calcio di rigore inesistente che l'arbitro André Daina, svizzero, concesse forse per rimediare al dramma dei tifosi juventini morti, di cui lui, come tutta l'Uefa, sapeva. Platini festeggiò con il braccio alzato come un fantasma di un altro pianeta. «Quando l'acrobata cade entrano i clowns». Furono le sue parole, incomprese e sfruttate. Finita la partita prese coscienza della tragedia e del proprio errore, fu la "sua" morte professionale, fu l'inizio di pensieri diversi che lo indussero a non ritornare più all'Heysel, in quella terra, in quella città, con il fastidio di un peccato commesso, di un'offesa alla memoria di chi era venuto in quel luogo per vedere giocare proprio lui, Michel Platini, le roi, per fare festa e convivere una notte di gioia. Fu l'inizio del suo pensiero al ritiro anticipato dalla carriera. La coppa venne deposta davanti a quella curva abbandonata dal mondo.

Trent'anni sono un tempo lunghissimo e, assieme, breve, ferocemente breve quando il ricordo è così aspro, quando la memoria va alla morte, al dolore che non può avere spiegazione.

Trent'anni non sono ancora serviti alla ciurma di idioti, detti tifosi ma meglio sarebbe dire e scrivere jene, che di quei morti non hanno ricordo se non per l'insulto, lo sberleffo, il ghigno nelle loro curve di falsa passione, discariche di menti drogate.

Il calcio cerca di correre più veloce della vita e non riesce a fermarsi, per riflettere, per rispettare il silenzio di chi non c'è più. E che, per lui, soltanto per lui, ha finito la propria esistenza, in una sera di maggio.

Oggi troverà appena il tempo per la commozione. Domani tornerà a urlare il proprio volgare disprezzo.

 

io che ero là Il ricordo dell’inviato del Giornale

«Quando mi accorsi che sotto il telo

c’era un ragazzo ancora vivo...»

Non dimenticherò mai quel momento: «Respira!»

E chiamai i poliziotti belgi che parevano inebetiti

di FILIPPO GRASSIA (IL GIORNALE 29-05-2015)

«Chissà mai cosa potranno rivelare quei mattoni rossi e smussati che, rovinando sulla pista d'atletica, hanno firmato la condanna di tanta gente»: a distanza di 30 anni ricordo ancora come cominciai l'articolo che uscì su Il Giornale Nuovo all'indomani della strage dell'Heysel dove fui testimone smarrito e furente d'una carneficina folle, diabolica, eppure prevedibile. Il dramma si consumò alle 19,32 di quel maledetto 29 maggio 1985 quando il muro e la recinzione del settore Z della curva nord si sbriciolarono sotto il peso dei tifosi juventini che cercavano disperatamente di sottrarsi alla furia assassina degli hooligans inglesi, in preda all'alcool e alle droghe. Un macello. Zeta come l'ultima lettera dell’alfabeto e dellavita. Mai potrò dimenticare quei due giovani che spirarono sotto il mio sguardo con le labbra  spalancate in cerca d'ossigeno e l'addome rigonfio per il peso sopportato. Uno dietro l'altro. E porterò sempre con me il ricordo di quel ragazzo con la maglietta a righe orizzontali bianche e blu, dato per morto, ricoperto con un panno grigio, e che invece sussultava. «Questo è vivo, questo è vivo», urlai a un poliziotto che girava a vuoto, intontito pure lui. Di medici neanche l'ombra. Un paio di giorni dopo seppi che quel tifoso juventino era arrivato da Pontedera o Ponsacco. Più il tempo passava e più aumentavano i morti posti sulle barelle dietro la tribuna. Tutti con i ventri dilatati, abnormi. La mattina dopo, sotto la curva della morte, erano evidenti i segni della tragedia. Accanto a qualche fiore, c'erano brandelli di stoffa, bandiere inanimate, sciarpe, scarpe. Più di ogni altra cosa mi colpirono queste, forse perché collegai quelle immagini a una foto di un campo di sterminio sotto il nazismo. Anche all'Heysel fu omicidio di massa. C'era pure, lì per terra, un libro giallo dal titolo che mi procurò una sferzata di adrenalina: "I muri parlano". Solo una combinazione? A un paio di gendarmi che mi volevano allontanare, vomitai addosso tutto il risentimento che mi portavo dentro dalla sera precedente. C'erano solo due porte in quel settore Z: l'una d'un metro, l'altra più piccola se possibile. E fuori da quei due cunicoli, l'unica via di fuga possibile, i poliziotti manganellarono quanti cercavano scampo verso l'esterno, verso la vita. Già i poliziotti. Erano pochi a quell'ora. La gran parte, e lo dico da testimone, era intenta a mettere qualcosa sotto i denti. I rinforzi arrivarono in colpevole ritardo. Il ministro degli interni Nothomb e il borgomastro Brouhon affermarono che c'erano mille agenti pronti a intervenire. Non è vero. Eppure nel corso del tragitto in pullman dall'albergo allo stadio non facemmo altro che vedere gruppi di tifosi inglesi ubriachi fradici con le strade, i marciapiedi e le piazze assurti a letamaio di vomito, piscio e bottiglie di birra. Un tappeto di bottiglie. All'inizio dello scempio s'era capito poco dalla tribuna stampa. Allora chiesi a un collega francese di prestarmi il cannocchiale e capii. La partita? Chissenefrega. L'Inghilterra non fece sconti e debellò con metodi durissimi gli hooligans. In Italia, a 30 anni di distanza, il derby di Roma ha messo per l'ennesima volta a ferro e fuoco la capitale. Poveri noi.

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Liverpool have seen too much

tragedy to forget Heysel

Thirty years ago today 39 fans waiting to watch a European Cup final died as a result of a fatal cocktail of circumstances.

IAN HERBERT looks at how a club that later became synonymous with Hillsborough has dealt with this tragedy

by IAN HERBERT (THE INDEPENDENT 29-05-2015)

It is 30 years today since they reached the Heysel stadium and draped such banners as Mamma sono qui (Mum, I’m here) over a crush barrier in the naive assumption that the build-up to the European Cup final between their team, Juventus, and Liverpool might be something their mothers could watch, proud that their boys had completed the 10-hour road trip north. “Uefa and the Belgian FA wish you a hearty welcome in the Heysel Stadium,” read the message on the primitive electronic stadium screen when fans walked in that night, another sign of confidence that it would be a standard football evening.

It was not, of course. The banners were of not the slightest significance to the mothers back in Piedmont who stood transfixed beforeTVsets, looking for a sign in the transmission that their own flesh and blood was not caught up in the crush which killed 39 people – 32 of them Italian, four Belgian, two French, one Northern Irish. The German ZDF broadcaster terminated its transmission out of a respect to these people before the decision was taken – astonishing and abysmal in hindsight – that the game would still be played that very night: a 9.40pm kickoff, with the deaths so quickly put out of mind that the noise of the crowd could actually be heard from the little Brussels hospital where many of the bereaved had congregated.

The tragedy was an awkward truth for Liverpool FC for years and is certainly an indelible stain on the club’s reputation, with an initial struggle to take responsibility which sat uneasily with the brave and indefatigable fight for answers and transparency about the 1989 Hillsborough disaster.

Justice was certainly done. Liverpool did not play again in Europe for six years. The 14 Liverpool fans convicted of manslaughter, out of 26 initially charged, spent about a year behind bars. The damage to the relationship with fans of Howard Kendall’s nascent Everton, who were denied their own European adventure by the five-year ban Uefa imposed on all British clubs, has never been fully repaired. But Heysel was an unspeakable subject for years. The club contributed to a sense of denial when John Smith, the then chairman, suggested two National Front members had been responsible. That view has been widely discredited.

For some of those responsible for smashing down a chicken-wire fence between Liverpool’s section X on Heysel’s west terrace end – from where Juventus fans were sent running for sanctuary towards a wall in adjoining section Z which collapsed, crushing them to death – the shame was overwhelming from the start.

The Liverpool Echo of 11 June 1985 carries an image of then editor, Chris Oakley, bearing some of the 120 letters the newspaper received from fans, beneath a headline capturing the shame of one anonymous writer. “As far as I was concerned it was just a fight but look now: 36 dead,” he wrote, the death toll yet to peak. “Oh God, I’m sorry. Before the game drink was freely available and yes I drank.” He writes of an attack on him by an Italian while outside the ground. “By the time I got into the ground I was drunk, and inside blamed all Italian fans for the attack on me. I was boiling up inside.”

Even back in Britain, they did not know what calamity they had left in their wake. Heysel: the Truth, by Italian journalist Francesco Caremani, reveals that it was open newspaper testimony such as this which convicted Liverpool fan Terry Wilson, an 18-year-old at Heysel.

An illuminating and unflinching extended new discussion of the tragedy on the Anfield Wrap podcast has provided a broader sense of the tragedy from a Liverpool perspective, too. The context of Liverpool facing Italian opposition only 12 months after running a gauntlet of violence by AS Roma fans, before the European Cup final the club won on penalties, is not offered in justification of what happened on that  unseasonably hot night in Brussels – but it clearly impacted on the Liverpool mindset. “There was a more defensive attitude because of it,” the writer and Times journalist Tony Evans says.

Both he and former BBC Newsnight journalist Peter Marshall, who was at Heysel to chronicle the Liverpool supporters’ conduct on the 1985 final for BBC News, attest to the copious amounts of drink the English consumed. There was to have been no drink on sale near the ground, yet by 5pm every kiosk and bar was selling strong Belgian beer to anyone and everyone in the Liverpool contingent. The consequences were inevitable: some fans paralytic with drink and the usual sources of inbuilt restraint incapable of their usual influence on a Liverpool fan base actually widely acknowledged as better behaved than most on the Continent at that time.

The usual wild rumours that could set in to football crowds on the Continent in those very different days were beyond all sense. Evans relates there was a rumour of a Liverpool fan having been hung from a tree doing the rounds that night. “There was more belief in rumours. The normal restraints were gone,” he tells the podcast. Film from that night reveals that the violence was no one-way street, with footage showing a Liverpool fan being hacked at by a Juventus supporter with a baseball bat, struck across the top of his head by a rock and then pursued by a baton-wielding police officer, all within a 10-second clip. But one banner suggested Liverpool fans had a pre-conceived notion about what they would encounter: “Reds [v] Animals” it proclaimed.

That drink should have been so freely available was part of that very familiar 1980s story of institutional failings at football matches. The game took place in a stadium built in the 1920s which was patently unfit for purpose. The perimeter breeze-block wall was full of crevices big enough for fans to enter. It faced an open construction site which provided ready missiles. There were minimal police available to undertake specialised public-order duties, not least because all overtime had been exhausted by Pope John Paul II’s visit a month earlier. Marshall describes police simply running away when Liverpool fans challenged them. “That was part of the context, though not a defence, not an explanation,” he says.

It was that extraordinary decision to play the game, resulting in the now Uefa president Michel Platini dancing round Heysel’s perimeter track on the night that 39 poor souls died, which also sits most desperately with Liverpool supporters. Peter Hooton, the musician who has done much to salve the relationship between the two clubs’ fans, represents very many of their number in saying he would have walked out of the stadium had he known the enormity of what had happened. The decision to play was made by apparatchiks amid chaotic deliberations in a VIP area below the stadium.

Ian Rush, who played for both clubs, will attend a commemorative mass at the church of the Gran Madre di Dio in Turin, while the Liverpool club chaplain the Rev Bill Bygroves will lead a private memorial ceremony at Anfield’s Heysel memorial where Phil Neal, club captain that night, will lay a wreath. The process of remembrance has not always been easy but Liverpool has known too much tragedy to forget.

 

‘We had to get out... the sky was filled

by stones, bottles, sticks and rubble’

by SIMON HART (THE INDEPENDENT 29-05-2015)

It was 30 years ago today but Simone Stenti’s memories of standing in Block Z at the Heysel Stadium have not faded. “I saw a hooligan try to climb the fence, and a policeman went there with a truncheon and tried to stop him but the hooligan took the truncheon and beat the policeman,” he tells The Independent. “It was the moment we understood we had to get out of there. The sky was filled by stones, bottles, sticks and rubble.”

The details remain chilling but what is striking about the Italian response in the years after Heysel is that, in Stenti’s words, it was “hidden” for so long. Last Saturday, at Juventus’s home match against Napoli, he saw a giant banner unfolded in the Curva Scirea bearing the number 39 and the word “Rispetto” – respect – as fans in that same end held aloft white cards carrying the names of the victims.

It sounds unremarkable compared with Liverpool’s annual Hillsborough memorial service but in Italy, where Juventus have stood accused in the past of distancing themselves from the disaster, it was a significant moment, as Stenti, a Milan-based journalist, explains. “The number 39 was hidden. When it was used, it was used by rival fans to insult. Ninety-six is a number displayed with pride by the Liverpool fans but, until Saturday, 39 was seen as a number of shame. But it is not a shame – they were all innocent.”

One of the best guides to the trail of events following the horrific events of 29 May 1985 is a book, Heysel: The Truth, by another Italian journalist, Francesco Caremani. He was a family friend of Roberto Lorentini, a 31-year-old doctor killed at Heysel while trying to save an injured boy, who subsequently received a silver medal of civic honour for bravery. Lorentini’s father, Otello, founded the Heysel Victims’ Families’ Association which led a legal battle in the Belgian courts against those responsible. “He founded the association and pushed for a trial against the hooligans, the Belgian authorities and Uefa,” Caremani explains to The Independent.

There are grim parallels with Hillsborough in the story of Lorentini’s fight. Roberto’s death certificate said 11.50pm, even though his father had held his son’s lifeless body in the stadium. “I received a paper from Brussels stating that my son died an ‘accidental death’,” Lorentini said in Caremani’s book. “I couldn’t stand that.”

After a five-year court battle, in 1990, following a successful appeal Uefa was found civilly liable, with its general secretary, Hans Bangerter, receiving a three-month suspended sentence and fine. “The sentence was very important to make Uefa responsible when it came to staging events,” Caremani says.

From a distance of three decades, the mistakes are shocking: from the sale to unknowing Juventus fans of 5,000 tickets for the neutral Z Block next to the Liverpool supporters, to the decision to release 28 policemen from that sector to deal with a petty theft, leaving fewer than a dozen to face the onslaught. There was the state of the stadium, as another survivor, Claudio Chiarini, recalls: “The stadium was crumbling and decrepit. It was a completely inappropriate choice.” Chiarini remembers the sight of Liverpool fans carrying crates of beer into the ground unchallenged, the way they broke off chunks of terracing as missiles, and the flimsy chicken-wire fence easily torn down when they attacked.

This evening, Juventus will remember the victims at a special Mass at the Gran Madre di Dio church in Turin, yet according to Caremani, it took the arrival of the Andrea Agnelli, now 39, as president for the club’s attitude towards Heysel to change. Although there was a small ceremony involving Lorentini and then team captains Alessandro Del Piero and Sami Hyypia when Juventus faced Liverpool in Turin in the 2005 Champions League, that year’s memorial service and match involving the two clubs’ youth teams was an initiative by the victims’ families’ association and took place in Arezzo. “For 25 years the victims, the families were completely alone – they were alone in the trial and nobody helped them financially,” adds Caremani.

And though the new Juventus Stadium features a memorial to the victims, the awkward relationship between the families’ association and the club continues. In the leadup to this 30th anniversary, Domenico Laudadio, creator of an online Heysel memorial, wrote a theatrical monologue about the tragedy which the club watered down so much that the association cancelled the project.

“They don’t want to speak about Heysel and responsibility because I think it is a club with an image, a brand, with relationships with Uefa, with Liverpool, with Belgium,” Caremani says.

But Stenti takes heart from last Saturday’s emotional stadium tribute. “We clearly knowwhat happened and who was responsible. Now we can only commemorate the dead and remember them as civil heroes because in Italy nobody knows who they were.”

‘Heysel: The Truth’ by Francesco Caremani is available to buy on Amazon

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29 MAGGIO 1985 » LA FINE DELL’INNOCENZA DEL CALCIO

I 39 dell’Heysel morti come in

guerra in un giorno di festa

Lo stadio di Bruxelles divenne un cimitero sotto la furia

ultrà e per quella strage nessuno ha mai pagato abbastanza

di STEFANO TAMBURINI (IL MATTINO DI PADOVA 29-05-2015)

Come in guerra, peggio che in guerra, perché in guerra almeno lo sai che puoi morire. E invece, quel mercoledì di 30 anni fa, il 29 maggio 1985, in un angolo di Bruxelles per migliaia di persone fu come piombare nell’orrore di Beirut squarciata dalle bombe. Ma non c’erano armi, a causar la morte era la guerriglia scatenata da un branco di lupi travestiti da uomini. Da hoolingans che trasformarono lo stadio in un cimitero.

Quelli che furono travolti, senza neanche capire perché, erano lì per assistere a una festa, la finale della coppa dei campioni di calcio fra Juventus e Liverpool. Si trovarono schiacciati, sommersi, soffocati, stritolati o volati nel vuoto per una disperata roulette con in palio un modo meno atroce di morire. E quelli che riuscirono a fuggire o che furono strappati a quella fuga dall’altro mondo, negli occhi avranno per sempre l’orrore per aver visto l’inferno sulla terra.

Morirono 39 persone, 32 italiani, quattro belgi, due francesi e un irlandese. Oltre seicento i feriti nella notte che segnò per sempre la perdita dell’innocenza del calcio, una notte di quelle che purtroppo non finiscono mai. Sì, perché non è mai arrivata l’alba del ravvedimento, della presa di coscienza collettiva. L’orrore di quelle ore, interminabili, resta ancora oggi in striscioni e cori criminali che inneggiano a quella bestialità e che basano le radici nella cultura dello sport trasfigurato in strumento di odio e sopraffazione.

Fra i 32 morti italiani c’erano anche tre tifosi dell’Inter, quella era un'epoca in cui l’amicizia valeva davvero più della fede sportiva: poteva capitare di andare allo stadio insieme con il sostenitore di un’altra squadra e assistere a una partita che alla fine, al massimo, avrebbe regalato qualche sfottò. E che poi si sarebbe conclusa davanti a una birra con tante risate.

Già, la birra. Cominciò tutto da lì, o anche da lì, perché solo un incapace o un malato di mente avrebbe potuto scegliere quello stadio decrepito, costruito negli anni Trenta del secolo scorso e mai ristrutturato, con reti di separazione degne di un pollaio e gradoni fatti con i sampietrini. Bastava un calcio ben dato per trasformarli da durissimi cuscini ad armi improprie in mano a un esercito di animali con sembianze umane, stravolti dalla loro imbecillità e da un carico di alcol inimmaginabile. Avevano già messo a ferro e fuoco il centro della capitale belga ma allo stadio trovarono solo pochi poliziotti e i rinforzi finirono per aggiungere terrore e morte. Sì, perché quelli che morirono o che rischiarono di morire si trovarono schiacciati nell’ultima parte della curva, il settore Z, e il terreno di gioco era l’unica via verso la salvezza.

E proprio lì trovarono agenti a cavallo che sembravano usciti dal circo invece che da un’accademia: brandivano il manganello e respingevano quei disperati in fuga dalla morte. Si fermarono solo quando capirono che avevano di fronte l’orrore e c’è una scena che resta indelebile, quella di un poliziotto che si sente male e vomita fra i cadaveri mentre il suo cavallo va in mezzo al prato e si mette a mangiar l’erba dell’area di rigore. Poco dopo, 28 di quei poliziotti furono fatti uscire dallo stadio per andare a inseguire un ladro di salsicce.

Un altro agente rimandò indietro il portiere sudafricano del Liverpool, Bruce Grobbelaar, che si era avvicinato per dare una mano ai soccorritori. Lo spogliatoio inglese era a due passi dalla tragedia ma fu tutto inutile, in linea con la terrificante sequenza di bestialità che si aggiunse a quella originale. Non c’era una vera e propria postazione di pronto soccorso, le transenne divennero barelle, i medici che arrivarono da altri settori dello stadio operarono a mani nude, anche una tracheotomia con un coltello per tentare inutilmente di salvare una delle vittime. E poi, dopo, cadaveri rispediti in Italia ancora nudi e squarciati dalle autopsie, scambiati fra di loro, uomini dati per morti e invece solo feriti.

Per tutto questo nessuno ha pagato veramente. Undici hoolingans sono stati assolti dopo quattro anni di processo mentre altri 14 hanno ricevuto una condanna mite (appena tre anni) con la condizionale e quindi neanche un giorno di vera galera. L’Uefa, l’organizzazione del calcio europeo, l’ha fatta franca così come il Comune di Bruxelles. Il capitano della gendarmeria, quello che ha privilegiato la caccia al ladro di salsicce, se l’è cavata con nove mesi.

L’Uefa ha escluso per un po’ le squadre inglesi ma ha proseguito con la sua ottusa imbecillità burocratica dando il peggio anche durante gli Europei del 2000. Nello stadio dell’orrore, finalmente ristrutturato, si giocò la sfida Belgio-Italia, e l’Uefa fu irremovibile: niente lutto al braccio e niente minuto di raccoglimento. Gli azzurri entrarono in campo stringendo un fiore bianco nella mano sinistra. Poco prima Paolo Maldini e Antonio Conte, capitani dell’Italia e della Juventus, andarono a deporre una corona e a pregare di fronte al settore Z.

Davanti a quella curva, con i cadaveri ancora sul selciato, trent’anni fa un’ora e mezzo dopo l’orario prefissato fu comunque dato il calcio d’inizio della partita. La televisione tedesca si rifiutò di trasmetterla, quella austriaca mandò immagini mute con una sovrimpressione: «Quella che stiamo trasmettendo non è una manifestazione sportiva».

Vero, tremendamente vero, non era una partita. Era solo l’ultimo atto di un oltraggio all’umanità.

 

IL TELECRONISTA Pizzul: «Serata angosciante»

di MASSIMO MEROI (IL MATTINO DI PADOVA 29-05-2015)

Se fosse un libro, il titolo sarebbe “La telecronaca più difficile della mia carriera”. Bruno Pizzul, quella sera, era la voce della Rai. 39 morti, immagini strazianti che la tv ovviamente censurò e il cronista chiamato a un compito improbo: quello di raccontare cercando di non accentuare i toni per non creare il panico tra chi aveva parenti o amici allo stadio.

Da dove partono i ricordi?

«Il ricordo è angoscioso dal punto di vista umano e professionale. Non è accettabile che per una partita ci possano essere tanti morti. Ho provato a rimuovere, poi mi rendo conto che non è giusto dimenticare perché certe tragedie devono essere monito e insegnamento».

Ma è davvero così?

«Purtroppo no. Dopo, mi aspettavo maggiore tolleranza, educazione e rispetto negli stadi. Invece gli striscioni tipo “uno, cento, mille Heysel” abbondarono, a dimostrazione che c’è una frangia violenta difficile da reprimere».

Veniva informato in tempo reale di ciò che accadeva?

«No, anzi. Il flusso delle notizie era lento e contraddittorio. Osservando la curva Z ci si rendeva conto che la situazione era critica ma non sapevamo delle vittime».

Quando veniste informati che c’erano dei morti?

«Poco prima dell’inizio della gara. Fino a quel momento avevo cercato di centellinare le notizie per non creare panico. Ero convinto che non si sarebbe giocato, a spingere furono le autorità belghe che non erano in grado di garantire lo sfollamento».

Ma si sarebbe potuto non giocare senza correre rischi?

«Non lo so. Posso dire che l’impreparazione delle forze dell’ordine fu evidente».

Il momento più difficile durante la telecronaca?

«Quando piombarono nella mia postazione un paio di ragazzi che mi chiesero se potevo rassicurare le loro famiglie in diretta tv. Non lo feci proprio per non creare ulteriore paura. Lì per lì si risentirono, poi qualche giorno dopo compresero e me ne parlarono».

Ha mai pensato di non fare la telecronaca?

«Sì, inizialmente pensai che sarebbe stata la cosa migliore mandare in onda immagini senza commento anche perché la partita non aveva significato. I giocatori all’inizio neanche andavano in contrasto. Il livello agonistico salì con il passare dei minuti».

Dopo la accusarono di non aver censurato abbastanza l’esultanza degi giocatori.

«Dissi che avrebbero potuto andare a deporre la coppa sotto il settore della tragedia, ma anche quella poi, ripensandoci, avrebbe potuto essere considerata una provocazione».

I colleghi inglesi?

«Dopo la gara andai negli Usa per un torneo premondiale e la prima gara era Italia-Inghilterra. C’era la fila per chiedere scusa».

I giocatori cosa le raccontarono?

«Mi limito a dire solo questo: ancora oggi alcuni juventini che erano in campo si rifiutano di parlare di quello che accadde quella sera».

 

Quel papà chino sulla figlia morta a soli 17 anni

Da Bassano e in tutto il Veneto una mostra itinerante con 250 foto: «Per non dimenticare»

di MATTIA TOFFOLETTO (IL MATTINO DI PADOVA 29-05-2015)

C’è un papà che fissa addolorato la figlia morta, Giuseppina, all’epoca 17enne. Il caso ha voluto che il curatore della mostra che da giugno viaggerà per il Veneto abbia conosciuto di recente quel padre, senza sapere che nel contempo fosse immortalato nella foto simbolo delle 250 scelte per essere viste per la prima volta martedì prossimo a Reggio Emilia. Il tema è la tragedia dell’Heysel. Il promotore si chiama Massimo Tadolini, anima del Nucleo 1985, gruppo di tifosi juventini di genesi bassanese, che già nel nome ricordano chi perse la vita quella maledetta sera per assistere a una partita di Coppa dei Campioni. Proprio lui ha voluto regalare due biglietti per la prossima finale di Berlino ai fratelli della povera Giuseppina. Prima ancora di scoprire le identità della foto. Tifosi meritevoli.

La storia è una delle tante che s’intrecciano nell’antologia di immagini che Tadolini ha confezionato per i 30 anni dal dramma. Una serie di iniziative che si aprono stasera con la presentazione del libro “1985-2015. Heysel per non dimenticare”, scritto da Domenico Lazzarotto: vernice, alle 18, nella sala Chinesotti di Bassano. Nella stessa occasione, vengono presentati i 48 disegni degli alunni delle elementari dedicati ai caduti del settore Z. Poi, il 3 giugno, al centro sportivo San Vito si scoprirà una targa davanti a mille bambini. Nel weekend del 6 e 7 giugno la mostra farà tappa a Bassano e verrà organizzato un torneo riservato ai Pulcini di Juventus, Vicenza e Giorgione.

«Sono bolognese, ma ormai bassanese d’adozione», spiega il tifoso, «Sono abbonato della curva juventina dal ’76, quel terribile giorno dell’Heysel c’ero. Due bassanesi, Mario Ronchi e Amedeo Spolaore, tramite agenzia acquistarono un biglietto del famigerato settore Z. Morirono entrambi, 20 compaesani rimasero feriti. Decidemmo di fondare un gruppo in memoria delle vittime. Siamo stati promotori della coreografia con il +39 dell’ultima partita della Juve. Abbiamo coinvolto i bambini, perché gli scontri iniziarono all’ingresso in campo dei piccoli delle giovanili. La raccolta di Salvatore Giglio, da 50 anni fotografo juventino, è un’opportunità per non dimenticare». La mostra itinerante (gratuita) farà tappa pure a Carmignano del Brenta, Abano, Mirano, Chioggia e Caorle. Chi volesse ospitarla, può contattare Tadolini tramite la pagina Fb “Per non dimenticare. Heysel”.

 

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